4ta Entrega

8. La pregunta es cómo.

     “¡La filosofía no sabe nada del ser humano de carne y hueso, el que camina las calles y va a trabajar todos los días!”. Esta es la opinión del hombre que se jacta de práctico y realista. “La filosofía es abstracta y no tiene sentido preciso de la salvación” dice un alma religiosa; “es fría y carente de capacidad de captar la inefable individualidad” protesta un artista; “incapaz de transformar nada, cuando la realidad -también la humana- se muestra en la capacidad de transformación e innovación” asegura, con cierto desprecio un técnico.
     En una abstracción peligrosa pero útil realizada por Rafael Alvira -a quien seguiremos en esta parte-, podemos agrupar a los disidentes en tres categorías, incluyendo a los que saldrían a la palestra a defender a la filosofía.
     En un primer grupo, los que piensan que lo fundamental es la verdad, en otro los que hacen lo propio con el bien, y, por último, los que defienden sobre todo la belleza. Cada uno absolutiza uno de estos aspectos del ser desde su posición.
     Existirá también otro sector de personas que intenten absolutizar lo que parece condicional. Es decir referir lo absoluto a lo individual. Con estas categorías podemos armar un esquema.
     1er Sector: los que absolutizan lo absoluto o lo que es igual los que referencian el individuo a algo absoluto. Aquí encontramos: a) los que absolutizan la verdad: filosófos; b) Los que absolutizan el bien: hombres de religión; c) Los que absolutizan la belleza: artistas puros y contemplativos puros.
     2do. Sector: los que absolutizan lo condicional. Es decir referencian algo absoluto al individuo. Aquí tenemos: a) los que consideran que lo fundamental es la verdad en su forma condicional: científicos y cientificistas (relativistas); b) los que absolutizan el bien en su forma condicional: utilitaristas, teóricos y prácticos; c) los que tienen como fundamental a la belleza en su forma condicional: hedonistas de diversos tipos.
     La clasificación de Alvira nos da, en cierta medida, un catálogo de personalidades, en principio irreductibles. ¿Y cuál tiene razón? Pues todas, o ninguna. Porque las diferencias, si bien son reales, no son tan marcadas como cada uno de ellos cree.
     El resultado final tiene que ser, si se ha de hacer justicia a la realidad, el respeto de las seis posibilidades. Como señala Alvira, el bien no le puede decir a la belleza lo que es o no bonito, pero sí precisamente, lo que es bueno o malo. Pues entusiasmados por la belleza de algo, nos pasamos, sin apenas darnos cuenta, a considerarlo como bueno. La belleza a su vez, no puede prescribir lo bueno, pero sí puede indicarle al bien que se está presentando muy feamente. Ningún filósofo puede decirle a un técnico cómo tiene que funcionar una maquina o una organización, pero sí le ha de indicar si el sentido de su uso y su integración con el todo es correcta o no. Y así el resto.
     Lo verdadero, lo bello y lo bueno son partes constitutivas en la unidad del ser humano y con esto llegamos a una conclusión. Debemos aceptar los consejos y la experiencia de todos para conformar -en nuestro caso- una filosofía enriquecida.
     Aquí voy a transcribir textualmente a Alvira porque me parece muy enriquecedor:
“El peligro de seguir sólo los consejos del artista es el vacío, la pasión que no sabe medirse, el desconcierto, la tragedia. Su orgullo es que él vive, gusta de la vida a pesar de todo. Pero es falto, y el lo sabe. Su cruz es reconocer que no vive como quisiera. El peligro de un “puro filósofo” es la seguridad de su saber unido a la sensación de pérdida de la realidad, el desengaño, la pedantería. Su orgullo, frente a artistas y religiosos, es el dominio de la situación, el autodominio, la profundidad del saber. Pero, muy a su pesar, no controla la realidad externa ni la interna. Su cruz es reconocer que se le escapa la realidad. El peligro de un “puro religioso” es el fanatismo, la cortedad en lo profundo, la sensación de no vivir. Su orgullo, frente a artistas y filósofos, es la paz de su espíritu, la tranquilidad. Pero en el hombre “puramente religioso” esa paz no se mantiene, muy a su pesar. No puede evitar que continuamente le asalten las tentaciones. ¿Será verdad? ¿Por qué negar la belleza del mundo?”
     Se puede vivir sin la paz de una buena religión, pero se vive mal. Se puede vivir sin los gozos de un buen arte, pero se vive tristemente. Se puede vivir sin una buena filosofía, pero se vive desconcertadamente.

9. La clave es la prudencia

     Como podemos apreciar, para saber algo sobre política y mucho más para llegar a hacer algo en política deberemos ser prudentes frente a la realidad política.
     Prudencia no habla aquí de tibieza o prurito frente al desafío, sino más bien de su noción clásica: la virtud de dar la respuesta correcta en cada específica circunstancia. Para cada decisión deberemos elegir quién y desde qué punto de vista nos ayudará a descubrir lo mejor.
     He allí el gran aporte de Aristóteles para superar las deficiencias del planteamiento platónico. En política no podemos subordinar todo a un deber ser utópico (y platónico), como tampoco contentarnos con un puro pragmatismo. La postura correcta es la que observa la realidad, se inspira en el ideal, y establece -con prudencia- las posibilidades “reales” de encaminarse hacia aquel fin.
     En política entre el ser y el deber ser existe un “poder ser”, concreto y real donde la justicia se encuentra con la equidad, la virtud con la ética y el bien supremo con el bien posible. Descubrir ese punto de equilibrio es la tarea del gobernante que debería identificarse con el hombre prudente. Y será nuestra tarea si queremos "salvar a la política". 
     La sabiduría política es -básicamente- eso: buen juicio ante situaciones particulares, sin precedentes. Por tanto no es materia que se pueda enseñar, cuanto una habilidad que debe ser perfeccionada mediante la práctica.
     Eso sí, como señala el filósofo Alvira: "Sólo se puede actuar bien si uno sabe cómo actuar bien. Es verdad que se aprende a actuar actuando, pero, para empezar a actuar, es necesaria una idea básica. Este punto es muy importante. El artista ha de saber artes, para hacer artes hay que saber antes. Para hacer política -que es un arte- hay que saber política. Es verdad que uno acaba de saber cuando se pone a hacer las cosas. En política, se acaba de aprender cuando se está haciendo. Pero no se puede empezar a hacer política sin unas ideas básicas. No se puede pensar que la política es la pura organización, la pura posibilidad. En política estamos desde luego en el reino de la posibilidad pero hay una teoría, un saber.”
     Hay que discernir correctamente en qué momento estamos teorizando y en cuál estamos preparando la acción. En cuanto teorizamos debemos buscar lo permanente. En cuanto estamos haciendo política debemos limitar el momento político y ser capaces de tomar la decisión correcta en el momento oportuno. La conversión de ese saber en saber práctico será una tarea de prudencia. La verdad práctica no puede ser deducida, sino que debe ser deliberada. Porque la meta de una deducción es una conclusión pero la meta de una deliberación es una decisión.
En el conocimiento teórico hay una regla básica: las conclusiones no pueden ser más extensas que sus premisas. No así en lo práctico. Allí la decisión adiciona lo imprevisto y sólo puede evaluar el resultado una vez que se convierte en pasado. Sin embargo esa verdad práctica, evaluada y contrastada, lamentablemente no es aplicable a otro caso. Sólo puede servir de precedente.
Por eso, en adelante, vamos a hablar de criterios y de aproximaciones pero no de reglas o leyes para configurar lo político. Porque todo depende de lo que resulte de la combinación del conocimiento teórico y la realidad.

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