10ma Entrega

5. El desafío pendiente

Alain Touraine ilustra con palabras correctas nuestra situación y el desafío que tenemos por delante:

“Acabamos de salir de un período de rechazo mundial de los voluntarismos estatales, de las ideologías de tipo autoritario o totalitario, estamos aceptando por el momento esta extrema separación entre la subjetividad y la objetividad porque no queremos que nos hablen más del hombre nuevo, de la sociedad nueva, como lo hizo Stalin, o que nos digan Arbeit macht Frei como dijo Hitler. En este sentido, somos liberales, aceptamos que tenemos miedo tremendo al modelo autoritario o totalitario y a la identificación de la cultura con una nación, con un partido o con una clase social. Estamos aceptando en el momento actual un concepto de masas, como en todos los terrenos, pero al mismo tiempo estamos empezando, en todos los ámbitos, a buscar la manera de evitar una sociedad totalmente dualizada y salvaje. Estamos tratando de inventar nuevas formas de control social y político de la economía; estamos tratando de desarrollar un nuevo concepto de nacionalidad, que no sea nacionalista pero que signifique la capacidad, para una colectividad nacional -étnica, lingüística, geográfica-, de ser creadora, de transformar una experiencia de vida en significado, en símbolos, en ideas, en afectos. Y ese es el problema”.

En una sociedad individualista fragmentada, la lucha por los valores de libertad e igualdad se vuelve la única lucha legitimada y además se presenta como una lucha terminal. Por eso la teoría política contemporánea se concentra sólo en dos grandes problemas: uno ético y otro económico. El primero, cómo lograr la unidad política, el segundo, cómo lograr la igualdad. Del bien común en verdad ni se habla o, a lo más, se dice que el bien común supone descubrir una solución a estos problemas.

Sin embargo, somos víctimas de un círculo vicioso. Porque en una sociedad fragmentada que renuncia al debate sobre el bien común, sus miembros encuentran cada vez más difícil identificarse con su sociedad política como comunidad.

Esta falta de identificación puede reflejar una visión atomista, de acuerdo con la cual las personas acaben considerando a su sociedad en términos puramente instrumentales. Pero también ayuda a arraigar al atomismo, porque la ausencia de una eficaz acción común hace que las personas se vuelvan sobre sí mismas.

Como señala Michael Walzer en La crítica comunitarista del liberalismo, “la teoría liberal distorsiona la realidad y, en la medida en que la aceptamos, nos priva de un acceso firme a nuestra propia experiencia de arraigo comunal. (...) La ideología liberal del separatismo no puede privarnos de nuestra personalidad ni de nuestros lazos. De lo que sí nos priva es del sentido de nuestra personalidad y del sentido de nuestros lazos, y esta privación se refleja en la política liberal”.

Esto no significa que podamos dejar de lado los grandes problemas políticos reseñados, libertad e igualdad. Deberemos dar respuesta a esos problemas y, como si fuera poco, visualizar una propuesta aceptable sobre el modo de introducir el concepto de bien en el ámbito político de hoy.

Avancemos entonces, parafraseando el título del último libro del comunitarista Amitai Etzioni, en la búsqueda de una nueva regla de oro, para incluir la comunidad y la moralidad, o lo que es igual: el bien común, en las sociedades democráticas de hoy.

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