2da Entrega

3. El fenómeno político

     El fenómeno político es un misterio por el cual una persona logra provocar en otra
una acción determinada. Ese es el componente más pequeño, susceptible de identificación, de cualquier acontecimiento político -grande o pequeño-. Una actuación del hombre sobre el hombre. Es cierto que no se puede soslayar el peso de la amenaza de sanción, pero no es lo esencial.
     Alguno podrá sentirse incómodo por una definición que habla de "misterio" en lugar de puntualizar si es una ciencia o un arte. Yo por ahora me enfrento a este misterio y me admiro. No hay reproches, porque la comunidad necesita de una acción unificada frente a un futuro incierto. Y por suerte hay personas que son capaces de lograr que las voluntades confluyan para que la acción se produzca. Este es el don del político. Y por eso la política es el arte de lo posible.
     El ejemplo de Bertrand de Jouvenel puede ayudarnos. Un viajero llega a Atenas en el año 415 a.C., antes de que se tome la decisión de enviar una expedición a Siracusa. Para saber qué ocurrirá realiza tres preguntas: ¿A quién corresponde tomar esta decisión? La respuesta se la dará el derecho constitucional: la decisión corresponde a la Asamblea. En segundo lugar: ¿Es correcto y ventajoso emprender la expedición? Esta pregunta pertenece al ámbito de la reflexión y la prudencia política. Mal que nos pese aquella actitud y esta virtud sólo son posibles en algunas personas, pero no en todas, aunque su importancia es extraordinaria para fijar la bondad y la oportunidad de la cuestión que se debate. Sin embargo, de nada sirve todo lo anterior si no se plantea un último interrogante: ¿Se tomará realmente la decisión y se llevará a cabo? Aparece aquí la necesidad de una manifestación de hecho relativa a una situación futura y esa conjetura sólo puede confirmarse mediante la acción. Este es el dominio de la política que supone la realización de una de las posibilidades.
     Ahora bien, aunque es cierto que la sociedad es un hecho natural y cada hombre es por naturaleza un “ser sociable”, no podemos subestimar el valor de la libertad humana como factor determinante para realizar aquella tendencia natural o, por el contrario, para atrofiarla.
     El político práctico en este sentido, tiene el desafío de unificar en una decisión y en una acción a miles de hombres que, librados a su suerte, reaccionarían cada uno a su antojo. Ellos tienen la libertad de cooperar o no, pero él conoce bien cómo convocarlos. Conocer en general cómo obtener tales acciones y, en particular, para qué, cuándo y de quién podemos esperar obtenerlas, constituye su saber familiar. Es la astucia -en el buen sentido- del político.
     Un buen político debe tener por tanto: 1- un objetivo convocante, 2- una estrategia concebida para asegurar el logro del objetivo, 3- una serie de maniobras, activas y flexibles para el desarrollo de esta estrategia, 4- un intenso goce inherente a la actuación toda.
     Esto último es lo que muchas veces nos enoja y nos hace desconfiar, pues advertimos que los hombres de acción extraen un placer de la acción en sí misma, aun cuando no esté inspirada por móviles elevados o dirigida a un fin beneficioso. A nosotros nos gustaría que tal goce dependiera totalmente de la excelencia del proyecto; que la ejecución implicara goce solamente por la virtud del objetivo. Queremos políticos que sean como los héroes de las películas, que dejan todo para luchar en esa causa perdida. La observación de la realidad, sin embargo, da cuenta de que todo hombre de acción siente una vocación por dominar sus derroteros, más allá del objetivo final. Siente placer por el vértigo de la acción en sí misma.
     Eso es en su raíz la política y eso es lo que la hace tan peligrosa. La actividad política, por un lado, es fuente indispensable de beneficios sociales porque actualiza la cooperación social, al concentrar en una dirección el esfuerzo conjunto. Sin embargo, puede causar también daños graves, al mover a los hombres a perjudicar a otros. Ni siquiera la bondad del propósito buscado ofrece una garantía moral, ya que puede envenenar los corazones de odio hacia aquellos a los que se considera obstáculo para el logro de dicho bien.
     Fenelon lo expresa así: “En verdad, los hombres son desgraciados, por tener que estar gobernados por un rey que no es sino otro hombre como ellos y que debe enfrentarse con una tarea que sólo los dioses podrían realizar. Pero los reyes no son más afortunados; hombres como otro cualquiera, débiles e imperfectos tienen que gobernar a una gran multitud de individuos, malvados y falsos”.

4. El manejo de la circunstancia

Una segunda aproximación al fenómeno de lo político nos trae a la contingencia como elemento esencial. La política, por más prudente que sean sus agentes, no puede eliminar la importante dosis de imprevisibilidad propia de la realidad a la que está llamada a transformar.
Por eso las soluciones en política no son como las soluciones matemáticas o geométricas. Muy por el contrario, en muchas ocasiones -y no en las menos- debe acudir a arreglos de compromiso o “soluciones” que en gran medida establecen un status quo y remiten la verdadera resolución para más adelante.
     Sobre la cuestión, Jouvenel tiene un análisis descarnado: “Lo que caracteriza precisamente a un problema ‘político’ es que sus términos no admiten solución alguna, estrictamente hablando. Existen, sin duda, asuntos sobre los que las autoridades públicas deben tomar una decisión en los que las condiciones que han de ser satisfechas son bastante complejas y cuya resolución constituye una tarea intelectual. Pero tales problemas, que poseen solución, son resueltos tranquilamente, entre bastidores, por los expertos. Lo que constituye ‘un problema político’ es la contradicción de los términos, esto es, su insolubilidad”.
     Más adelante agrega:
“Lo que caracteriza a un problema político es que ninguna respuesta conviene a los términos del problema, tal y como han sido planteados. Un problema político no puede ser resuelto: solamente puede ser susceptible de un arreglo, lo cual constituye una cosa totalmente distinta. Entendemos aquí por arreglo cualquier decisión, a la que se llega a través de unos medios cualesquiera, sobre la cuestión que ha suscitado el problema político. Mientras que la solución satisface por definición, todos los términos del problema, el arreglo no alcanza ese resultado. Esto es así por cuanto no hay posibilidad, como sucede con la quiebra, de satisfacer todas las demandas en su totalidad. O bien habrá que rechazar ciertas demandas, o bien habrá que acceder a todas aun cuando sin satisfacerlas plenamente”.
     Aunque la visión de Jouvenel pueda ser demasiado escéptica, debemos coincidir con él en que el problema político no puede ser subestimado, si uno pretende una reflexión válida. Frente a un problema político, la filosofía política y las demás ciencias pueden aportar lo mejor de sí, pero no debemos decepcionarnos si luego de un proceso político no pudieron lograrse los resultados esperados.
     Por eso, no debemos subestimar ni a la política ni a los políticos, porque requiere de talentos especiales. Jouvenel tiene, en este sentido, otro párrafo muy aleccionador. Basado en el famoso diálogo platónico entre Sócrates y Alcibíades -titulado “Alcibíades”- el autor recuerda que Sócrates recrimina al joven Alcibíades por su sed de poder, su ambición, que no va acompañada de la necesaria sabiduría.
“¿Qué me dices del problema sobre el que están discutiendo ahora los atenienses? ¿Te has puesto de pie para hablar porque tu conocimiento del mismo es superior al de los demás?”
Luego de las preguntas y la discusión con Sócrates, el joven debe asumir su ignorancia. Su claudicación ante el filósofo le permite a éste exclamar lo que todos alguna vez hemos dicho:
“La ignorancia es peor cuanto más importante es la materia sobre la que recae. Pero en cualquier materia la suprema ignorancia consiste en no darse cuenta de que no se sabe. ¡Ay! ¡En qué situación tan triste te encuentras, por tus propias palabras, convencido de tu suprema ignorancia en la más importante de las materias! ¡Y de esta manera te lanzas a la política, sin conocimiento alguno! Situación en la que no te encuentras tu solo, sino que alcanza a la mayoría de los que se ocupan de los asuntos de la ciudad, con la excepción de unos pocos entre los cuales podemos colocar a Pericles”.
     La traducción no es literal, pero nos da una idea de las recriminaciones que intelectuales y ciudadanos comprometidos hacemos a los políticos: la actividad política que no va acompañada por la sabiduría, constituye algo peligroso.
     Pero, como contracara, podría decirse que en nuestros días subestimamos en exceso la sabiduría práctica y prudente del hombre político. El saber guiar a la masa de hombres que conforman una sociedad y, para colmo, una sociedad fragmentada y anómica como la de hoy, es una verdadera capacidad. Lograr la unidad de acción, no por la violencia o el abuso de autoridad sino por el consenso. En este sentido, es aleccionador el diálogo recreado por Jouvenel entre un supuesto Sócrates y Alcibíades varios años después del primer diálogo.
     Allí el político defiende las habilidades que sólo él tiene y que pueden inspirarse en la sabiduría del filósofo pero no subordinarse a todos sus dictados. Simplemente porque el saber abstracto no tiene en cuenta todos los elementos que influyen en una acción política.
Alcibíades: Saber  conducir a los demás a la Sabiduría constituye tu tarea, Sócrates. Hacer y conducir a los demás a la Acción constituye la mía. En esto diferimos profundamente. Si tratase de conducir a los demás a la Sabiduría, debería enfrentarme con una penosa tarea, que perjudicaría la de conducirles a la Acción, y si yo hubiera perseguido esa Sabiduría que propugnas, me hubiera divorciado de los sentimientos de aquellos a los que pretendo poner en movimiento.
Sócrates: Pero tu carencia de saber, Alcibíades, va a causar desastres a Atenas.
Alcibíades: Si así fuera, sería un desastre que tu sabiduría, se habría mostrado incapaz de impedir, ya que careces de la capacidad necesaria para evitar que la gente actúe de manera diferente a la que yo recomiendo”.
     Hecha esta salvedad, no renunciemos, empero, a la tarea de darle un marco filosófico a la política para ayudarla así a enfrentar, con principios, con valores y con objetivos a la contingencia de la realidad.

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