7ma Entrega

Consecuencias del individualismo

La concepción del hombre como "individuo" intenta alcanzar un concepto de vocación universal. Sin embargo, paradójicamente, produce un prototipo que no es predicable de todos los seres humanos, justamente, por las diferentes circunstancias que condicionan a los hombres y que no son tomadas en cuenta.

La carga de abstracción, genera un divorcio, por decirlo de algún modo, entre las estructuras políticas y jurídicas formales y la realidad: un ser humano mucho más rico en matices antropológicos, pero a su vez, más indigente en sus posibilidades reales.

Nos enfrentamos aquí a uno de los problemas fundamentales del individualismo: lejos de incluir a todos los miembros de la polis discrimina a aquellos que no cumplen con los caracteres básicos del individuo supuesto.

A primera vista, al defender el presupuesto de que todos los hombres somos libres e iguales, estamos confirmando una vocación inclusiva. Sin embargo, el desafío de la adecuación a ese presupuesto revierte en desmedro del ser humano real. Llegamos así a un ser humano protegido formalmente por el ordenamiento político y jurídico, pero obligado a cumplir por sus propios medios con las condiciones que exige ese supuesto formal, para poder disfrutar verdaderamente de los beneficios del status de ciudadano, de persona jurídica, y de agente del mercado. Como consecuencia se genera una tendencia exclusiva en el plano real.

En los contenidos sustantivos de su propuesta política, el individualismo se presenta por tanto, como una teoría de carácter estático en lo referente a la actualización de los grandes ideales de Occidente.

La Ilustración pretendió terminar con las diferencias y las contradicciones que la realidad política producía entre las personas. Sin embargo, su idealismo, jamás reconocido, fue pretender esa actualización a través de “un papel” que estipulara los derechos fundamentales: libertad e igualdad para todos los ciudadanos. De ese modo se quiso alcanzar un estadio que siempre se había presentado como el resultado futuro y casi imposible de un largo recorrido histórico. Un camino cuya distancia fue subestimada por el ideal revolucionario.

La estipulación legal de todos los anhelos comunes -la carta de los derechos ciudadanos de la Revolución Francesa o la Constitución de Filadelfia- tiene en el Estado moderno este sentido final; representa la realización del máximo desarrollo político de la humanidad; una realización formal del telos político.

“Los representantes del pueblo francés (...) han resuelto exponer, en una declaración solemne, los derechos naturales inalienables y sagrados del hombre (...) con el fin de que las reclamaciones de los ciudadanos, fundadas a partir de ahora, sobre principios sencillos e indiscutibles, deriven siempre en el mantenimiento de la constitución y en la felicidad de todos”.

En este esquema, el progreso social queda fuera del ámbito político; deja de canalizarse a través de él y se convierte en un problema "privado". La idea de progreso en lo político o hasta de cambio o transformación en las sociedades que ya han concertado un orden político y jurídico individualista pasa, de ser una empresa de todos, a convertirse en un juego de tensiones entre los que quedaron afuera del sistema y los que se benefician de él. La teoría individualista, por supuesto, no reconoce esta falencia y mantiene una esperanza en que la fuerza de la libertad, la libre iniciativa privada, ordenará las tensiones.

6.  Intimidad sin referencia al bien común


El egoísmo es una característica añadida del individualismo liberal. Es decir, no necesariamente todo planteamiento liberal asienta sobre el egoísmo humano. El pensador canadiense Charles Taylor ha cuidado de distinguir el ideal moderno de la autenticidad como fundamento de un individualismo pleno de contenido, de su correlato extremo y degenerado que invoca la indiferencia social y al egoísmo. A mi entender, la distinción no es tan clara como Taylor pretende, pero sí es verdad que el egoísmo no es un elemento estructural de la tradición liberal.

Su añadidura, sin embargo, afecta de manera real a muchos otros aspectos típicos de la modernidad que, de por sí solos, tal vez podrían significar un avance en la acción del hombre por mejorar su condición de vida.

Un ejemplo es la esfera íntima de lo privado, establecido como un ámbito necesario para el desenvolvimiento personal. Es ésta una verdadera conquista del liberalismo político prácticamente desconocida por las antiguas civilizaciones o la Europa medieval. No obstante, su trascendencia es “oscurecida” con esta cualidad negativa.

Analicemos el asunto. Desde lo político, el liberalismo sólo permite que se exija al individuo un comportamiento correcto, para utilizar la clasificación smitheana. Sin embargo, se debe dejar a la esfera privada las decisiones sobre un comportamiento meritorio. Tal conducta dependerá de las exigencias morales que cada uno se imponga.

¿Y cómo actuarán los hombres? El asunto es importante porque ya subrayamos que es lo privado, en esta visión, lo que define a lo público. Por tanto, debemos encontrar algún parámetro. Como la respuesta no es decisiva, y a lo más es simplemente tentativa, los autores liberales se ven obligados a establecer una presunción. A los efectos políticos la presunción básica es que, desde lo privado y hacia la sociedad civil, los hombres actuarán conforme a sus intereses personales, inspirados por móviles egoístas o, al menos, desinteresados para con los intereses de otras personas o aquellos que sean comunes.

¿Cuál es el problema? Que esta presunción se realiza en toda la estructura de lo político y termina por condicionar a las personas en su faz privada. Es así como el hombre no encuentra en lo público canales de interacción pensados en términos morales, ni tampoco cánones comunes para establecerlos por vía privada; y los limitados cánones de intercambio económico le resultan insuficientes. Por tanto, se ve “encerrado” en su intimidad como bien lo describe David Riesman en su libro La muchedumbre solitaria o Richard Sennet en El declive del hombre público.

Dicho encierro termina por atrofiar el yo, que se deja seducir por las tendencias egocéntricas pensadas -en principio- sólo como supuestos hipotéticos de lo político y lo social.

7. El desafío de superar el modelo individualista


Para terminar el análisis del individualismo liberal debo decir que, de respetarse los supuestos fundamentales que funcionan como axiomas de la modernidad -me atrevería a decir los “dogmas” del espíritu moderno- no sólo en su formulación teórica, sino también en su contradictoria praxis, el ámbito de lo político no parece tener otra salida que conformarse con el esquema propuesto por John Rawls.

¿Qué dice Rawls? Frente a sociedades profundamente divididas por doctrinas comprehensivas del bien, fundadas sobre bases individualistas y gobernadas por regímenes democráticos, la única fórmula parece ser: prioridad a las libertades básicas en cuanto puedan ser armónicas en su disfrute igualitario, igualdad formal de oportunidades y un principio que limite los excesivos contrastes en las comparaciones interpersonales.

El que pretenda ensayar una propuesta alternativa -hablar de bien común como fin de lo político por ejemplo- parece destinado a seguir el camino de los totalitarismos.

Los que, como nosotros, se atrevan a dudar de este fatalismo y objeten la arbitraria separación de la libertad y el bien común, deberán objetar las bases mismas de la cultura occidental moderna representada por el individualismo liberal.

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