7. Grupos comunitarios típicos
Hemos repetido varias veces que cualquier grupo humano puede volverse un “grupo comunitario”. Existen algunos que en general por su origen, por sus fines o por su dinámica fomentan las relaciones comunitarias en mayor medida y, por tanto, ante tales grupos podemos anticipar el desarrollo de un reconocimiento integral de sus miembros (que es lo mismo que hablar de relaciones comunitarias).
Es el caso de la familia -grupo comunitario por excelencia-, de los grupos de amigos, de los novios, de los miembros de una típica organización comunitaria de base en comunidades pequeñas luego de un tiempo de trabajo en equipo. También pueden forjarse relaciones comunitarias en la escuela, entre los maestros y autoridades respecto de los hijos y también respecto de los padres (incluso hasta con los ex alumnos; las congregaciones religiosas y las actividades parroquiales, los clubes deportivos entre los integrantes de sus equipos permanentes, las asociaciones o cooperativas luego de una larga lista de acciones conjuntas; coros talleres, grupos de beneficencias, ONG..., colegios profesionales con mucha vida social, institutos académicos o de estudio e investigación...
En definitiva son ámbitos en el que la persona pueda presentarse integralmente (al menos en sus aspectos exteriorizables) compartiendo su identidad y su intimidad en la medida de las posibilidades, y superando -como dijimos- los rígidos parámetros utilitaristas y racionalistas.
Es importante destacar lo que recién insinuamos: la familia es uno de los grupos comunitarios paradigmáticos y por ello, todas las organizaciones que tengan una relación directa con la institución familiar ya por sus objetivos o porque recepta la participación de sus integrantes en calidad de tales, de seguro mostrarán una solidez en sus relaciones comunitarias mucho mayor a las de otras organizaciones.
Ahora bien, a los efectos políticos: ¿qué cualidades tienen los grupos comunitarios que nos obliguen a otorgarles una participación especial? La pregunta es pertinente puesto que, por muy positivas que puedan resultar las relaciones comunitarias para los protagonistas de ese grupo, podría ocurrir que hacia lo público el grupo mostrara un espíritu individualista exasperante o peor aún una vocación totalitaria.
Efectivamente, no vamos a negar que puedan existir grupos comunitarios con esas características negativas. Puede darse el caso de un grupo de activistas entrañablemente amigos que sin embargo compartan el objetivo de terminar con el Estado y que además realicen acciones violentas en tal sentido. O también grupos que sin llegar a tanto, funcionen en el ámbito público como verdaderos “lobbies” de sus intereses sectoriales. Por último existirán grupos comunitarios cuyo discurso público sea absolutamente individualista: “déjennos vivir en paz haciendo lo que queramos, sin que nadie nos moleste”.
Estos son los miedos de Alain Touraine, por ejemplo, que lo llevan a rechazar propuesta comunitaristas: “El retorno de las comunidades trae consigo el llamado a la homogeneidad, la pureza, la unidad, y la comunicación es reemplazada por la guerra entre quienes ofrecen sacrificios a dioses diferentes, apelan a tradiciones ajenas u oponen las unas a las otras, y a veces hasta se consideran biológicamente diferentes de los demás y superiores a ellos.”
Conviene entonces que puntualice en que sentido creo que es conveniente convocar a los grupos comunitarios y en particular a sus dirigentes.
8. La interacción de los grupos comunitarios.
La convocatoria a los grupos comunitarios a participar en el ágora política no debe ser tomada como una propuesta de representación de estos sectores. De ser así, estaríamos repitiendo los modelos fascistas y corporativitas. Pero no fue ésa la propuesta de los anteriores capítulos.
Por el contrario la idea es que los dirigentes naturales de estos grupos comunitarios tengan abiertos canales de interacción en la estructura política, fundamentalmente en el nuevo ámbito de posibilidad. No creo que sea conveniente al menos por ahora que dichos dirigentes intervengan en las sanciones de las leyes del Estado por dar un caso o, en general, en las estructuras republicanas.
El ámbito de posibilidad -sumado al concepto de la autoridad como potestas y como diálogo- resultan verdaderos “filtros” para ideas o ideales políticos que no cumplan con los criterios que apuntáramos en el primer capítulo, sobre todo con el criterio de racionalidad.
Como los proyectos y la forma de ejecutarlos deben surgir del entendimiento y del consenso entre los diversos dirigentes, es difícil que los demás acepten una propuesta descabellada o totalitaria, o que se incline claramente hacia el beneficio de un sector en detrimento de otro. Al ser un diálogo desprovisto de los excesivos mecanismos legales y procedimentales que regulan el debate institucionalizado en las estructuras políticas tradicionales, aquí juega un papel trascendental la legitimidad del proyecto en cuestión.
De este modo, aunque no sea una fórmula de éxito garantizado, es probable que los resultados de la interacción entre los dirigentes, sea en la mayoría de los casos un proyecto de bien común. Puede ocurrir que nunca lleguen a un acuerdo y que la interacción por tanto no arroje mayores resultados. Pero si lo hace, luego de haber pasado el “filtro político” sugerido, podemos fiarnos que el proyecto tiene buenas intenciones.
Por otra parte, hay una cuestión fundamental que no podemos pasar por alto. En el seno de estos grupos comunitarios y al calor de sus respectivas experiencias cotidianas se forjan virtudes de toda índole, muchas de las cuales son las que faltan y las que necesita la sociedad civil y la política.
En las relaciones comunitarias, aparecen valores y conductas que exceden ampliamente los criterios utilitaristas de la dinámica de la sociedad civil. Desde ya se da un respeto natural mayor o menor según el caso hacia los dirigentes naturales y personas que deben tomar decisiones. Sobre este punto ya nos detuvimos a reflexionar en el capítulo 8.
Pero no se agota allí el aporte de los grupos comunitarios. Por el contrario existen ciertas virtudes que surgen de las prácticas concretas de dichos grupos y que también deben ser receptadas en el ámbito político a través del ámbito de posibilidad. De lo contrario, si sólo llamamos a los dirigentes comunitarios para ganarnos su legitimidad, pero impedimos que transmitan los valores y las inquietudes propias de su grupo, en verdad estaríamos “usando” a esos líderes con todos los aspectos negativos que puede traer aparejado tal acción política.
Las prácticas comunitarias, donde se forjan virtudes positivas para la realización del hombre y positivas también para el desarrollo del bien común, pueden ser definidas del modo en que lo hace el pensador MacIntyre. Para él, una práctica es:
“...toda forma coherente y compleja de actividad humana cooperativa, socialmente establecida, mediante la cual se consiguen los bienes internos a la misma, mientras se intenta alcanzar las pautas de excelencia propias de esas forma de actividad y que, en parte, la definen, con el resultado de extender sistemáticamente la capacidad humana de lograr la excelencia y las concepciones humanas de los fines y los bienes que implica”.
La definición puede confundirnos por su complejidad, pero con unos ejemplos podremos entender perfectamente de qué estamos hablando. Para MacIntyre saber lanzar con destreza un balón no es una práctica, pero sí lo es el fútbol. Plantar un nabo no es una práctica, la agricultura sí.
Hay en la definición de nuestro autor dos tipos de bienes posibles: por una parte los bienes externos y contingentes unidos a la práctica a causa de las circunstancias sociales, como por ejemplo el prestigio, el rango y el dinero. Estos bienes se caracterizan porque existen siempre caminos alternativos para lograr estos bienes, que no se obtienen sólo por comprometerse en algún tipo particular de práctica. Por otra parte, hay bienes internos a la práctica que no se pueden obtener si no es a través de esa práctica en particular.
En definitiva hay un conjunto de criterios, de inquietudes, de aptitudes y de actitudes -adviértase las sutiles pero importantes diferencias entre estos conceptos- que en el marco de un grupo particular forjarán a sus miembros en el desarrollo de un práctica que permitirá una superación. Pero una práctica no se agota sólo con las condiciones personales de aquellos que la practican. Supone además ciertos modelos de excelencia y una cierta predisposición, incluso una cierta obediencia a esos modelos. En general, entrar en una práctica es aceptar mi carácter de “iniciado” y como consecuencia, la autoridad de esos modelos y la autoridad de quien los “modela” aunque luego con el correr del tiempo pueda superarlos o rebelarme contra ellos.
Como señala el mismo MacIntyre:
“Si, al comenzar a escuchar música, no admito mi propia incapacidad para juzgar correctamente, nunca aprenderé a escuchar, para no hablar de llegar a apreciar los últimos cuartetos de Bartok. Si al empezar a jugar al béisbol no admito que los demás sepan mejor que yo cuándo lanzar una pelota rápida, y cuando no, nunca aprenderé a apreciar un buen lanzamiento y menos a lanzar. En el dominio de la práctica, la autoridad tanto de los bienes como de los modelos opera de tal modo que impide cualquier análisis subjetivista y emotivista”.
Más adelante el autor clarifica aún más su concepto: “Entrar en una práctica es entrar en una relación, no sólo con sus practicante contemporáneos, sino también con los que nos han precedido en ella. en particular con aquellos cuyos méritos elevaron el nivel de la práctica hasta su estado presente. Así los logros, y a fortiori la autoridad de la tradición son algo a lo que debo enfrentarme y de la que debo aprender”.
Ahora bien: ¿Qué tiene que ver este concepto de práctica con la experiencia de los grupos comunitarios? Al parecer si el fútbol -por tomar un caso- es una práctica que tiene pautas propias, nada tendrían para aportar estos grupos a esa práctica.
Sin embargo, si agudizamos nuestra capacidad de análisis descubriremos que las prácticas sólo pueden ser forjadas en el seno de grupos humanos acotados que encarnan los bienes y las virtudes que hacen a esa práctica. Más aún: la práctica de los grupos comunitarios será el factor dinámico de “la” práctica; le dará vida y le aportará nuevas experiencias y nuevos modelos perfeccionados con respecto a los heredados del pasado.
Un ejemplo nos ayudará a comprender. Pongamos por caso el deporte del fútbol. Todo indica que estamos frente a una práctica de larga tradición compuesta por una serie de reglas institucionalizadas sobre el modo de jugar; también ciertos bienes reconocidos por aquellos que participan del deporte y por la comunidad en general (ejercicio físico, dominio del cuerpo frente a situaciones límites, capacidad para trabajar en equipo, etc.). Tal es el grado de desarrollo de esta práctica, que podemos establecer lo que es jugar “bien” al fútbol, y lo que es un buen jugador o un buen equipo. Nada de esto sería posible, empero, si no existieran verdaderos clubes y equipos de fútbol que encarnaran dicha práctica y trataran de superar los niveles de perfección logrados.
Es en el seno de los “grupos comunitarios” donde las personas que los integran pueden valerse de la tradición de esa práctica para alcanzar ciertos bienes específicos que de otro modo no conseguirían. Por supuesto pueden ir ocasionalmente a jugar un partido y hacerlo bien, aunque podemos estar seguros que no recibirán todo el bien que podría aportar el desarrollo constante de tal práctica.
Tal vez sea bueno diferenciar a esta altura, en la experiencia de un grupo comunitario, aquel conjunto de virtudes que son comunes a otros grupos de aquel otro forjado a la luz de la práctica más importante que los nuclea. Igual distinción puede realizarse con los bienes que realizan sus integrantes a través de las prácticas y los valores y criterios que rigen sus relaciones.
La virtud de ser una persona honesta puede ser aprendida en diversos grupos, la virtud de saber trabajar en equipo sólo en aquellos en donde las actividades se desarrollen con tal dinámica. La fama o el dinero puedo conseguirlo jugando al fútbol o desarrollando un proyecto comercial exitoso. Pero existen ciertos bienes que no pueden ser obtenidos si no se participa en ciertos grupos determinados. Por último existen valores y criterios para relacionarnos con los demás que aparecen en diversos grupos como por ejemplo “el amor”. Sin embargo, no podemos negar que en determinados grupos como la familia dicho valor está más desarrollado que en otros.
No es posible agotar aquí todas las derivaciones en esta relación entre “la” práctica y la experiencia particular de esa práctica en el marco de un grupo específico. “La” práctica nos brinda homogeneidad y previsibilidad, los grupos le imprimen la necesaria diversidad. Sin embargo, también pueden desvirtuar los bienes internos a las prácticas con disvalores como la codicia o la intolerancia hacia grupos semejantes. Un equipo de fútbol puede ser la representación de un grupo de deportistas virtuosos o, por el contrario, una banda de drogadictos y mafiosos...
La importancia de las prácticas en el desarrollo de un grupo comunitario motiva que, aunque reconozcamos como grupos comunitarios a aquellas relaciones particulares desarrolladas por al menos dos personas, consideremos relevantes para lo político sobre todo a aquellos grupos organizados tras una práctica concreta.