Bienvenidos a este espacio de formación política

Mi nombre es Sebastián García Díaz 

Quiero darles la bienvenida a esta instancia de formación, de reflexión y de debate. 

Es una buen camino para empezar a acercarse y pensar en lo político, con todo lo bueno y lo malo que esta palabra conlleva.


Hace 15 años que venimos dando este curso gratuito desde CIVILITAS y han participado del mismo más de 10.000 personas de Argentina y diversos países del mundo. 

Su contenido es sencillo y accesible. Se trata de 32 módulos que están presentados en el costado derecho de este blog y que deben ser leídos en forma secuencial. Cada participante administra los tiempos para su lectura, según su conveniencia.

Mi consejo es que se haga una lectura por día, para no perder el hilo de las reflexiones. Pero cada uno sabe mejor lo que más le conviene.

Algunos de los temas que vamos a abordar juntos:



  • ¿Tiene la política un deber ser?
  • qué es la prudencia política
  • El hombre
  • El individualismo y lo colectivo
  • El bien para el hombre
  • El bien común ¿existe?
  • El bien como una elección personal
  • La construcción de lo político
  • Alcances de lo común
  • Cuánto se tiene que meter el estado?
  • El principio de subsidiariedad
  • ¿Soberanía del pueblo?
  • La representación ideológica
  • ¿Cómo procura el Estado el bien común?
  • Teoría política de la interacción comunitaria
  • ¿Podrán los políticos?
  • Lo político como autoridad
  • El gobierno de los mejores ¿Quiénes son?
  • ¿Podrán los ciuadanos?
  • Teoría del consenso y de las mayorías
  • La “opinión pública”
  • ¿Qué valor tiene lo “comunitario”?
  • Las relaciones humanas en la sociedad civil contemporánea
  • La “ciudadanía” y el futuro de este concepto
Las preguntas que quieran formular y el intercambio de ideas podemos hacerlo a través de facebook, twitter o por mail

Los que quieran, pueden adquirir el libro "Cómo salvar a la política. Se trata de nuestros hijos" que contiene estas 32 entregas y de allí surgió el contenido del curso. Sin embargo, no es condición para aprovechar esta experiencia que les estamos proponiendo.

Espero que sea fructífera la experiencia para ustedes.
Adelante!


Sebastián García Díaz

LAS 32 ENTREGAS

Alternativas de Trabajo final del Curso y Encuesta

Estimados Participantes del VI Curso Virtual:

Hemos terminado la presentación de las 32 entregas que hacen al VI Curso Virtual de Formación Política y una síntesis final. Como entiendo que hay muchos participantes que están retrasados en las diversas lecturas, quedará el material en el blog del curso hasta fin de año. www.cursovirtualdeformacionpolitica.blogspot.com

Para aquellos que quieran recibir un certificado de aprobación del curso, deberán enviar un trabajo final a info@civilitas.com.ar antes del día viernes 21 de Diciembre de 2011 consignando nombre y apellido y correo electrónico.

Para los trabajos aprobados se enviará el correspondiente certificado por correo electrónico.

Existen dos alternativas, respecto del trabajo final.

Alternativa 1: 



  • Leer detenidamente el siguiente texto, e interpretar su sentido y alcance a la luz de los conceptos y reflexiones que se han desarrollado hasta ahora a lo largo del curso.
  • La interpretación no debe tener una extensión menor a 2 páginas ni mayor a 5.
  • Los criterios para la evaluación serán el cumplimiento de la tarea, la concatenación lógica de los razonamientos y reflexiones que se realicen y la veracidad básica del planteo de fondo que se sostenga.
  • El texto en cuestión es de John Rawls en su libro “Liberalismo Político”:“¿Cómo es posible que pueda persistir en el tiempo una sociedad estable y justa de ciudadanos libres e iguales que aparecen divididos por doctrinas religiosas, filosóficas y morales razonables pero incompatibles?” 
Alternativa 2: 
  • Seleccione uno de los temas que fue desarrollado durante este curso y haga su propio desarrollo. 
  • La interpretación no debe tener una extensión menor a 2 páginas ni mayor a 5.
  • Los criterios para la evaluación serán el cumplimiento de la tarea, la concatenación lógica de los razonamientos y reflexiones que se realicen y la veracidad básica del planteo de fondo que se sostenga.
Encuesta Final Curso Virtual Formación Política: “La Verdad de la Política”Mucho agradeceremos nos respondan este cuestionario para que podamos mejorar los diversos aspectos, en el próximo Curso Virtual que proponga nuestra institución.

1. Califique los siguientes aspectos del 1 al 10, según su valoración de los mismos
  • Organización general
  • Presentación del material a través de un Blog
  • Cantidad de entregas realizadas (32)
  • Extensión de cada entrega
  • Calidad del material enviado
  • Redacción del texto enviado en cuanto a la facilidad para entenderlo
  •  Adecuación del texto con el fin perseguido de servir a la formación política
  • Duración del curso virtual
  • Interacción con la secretaria (Ignacio)
  • Interacción con el coordinador del curso (Sebastián)
  • Desarrollo del foro virtual de debate
  • Alternativas del exámen final

2. Qué es lo que más le gustó de este Curso Virtual. Descríbalo en pocas palabras

3.
. Qué es lo que menos le gustó de este Curso Virtual. Descríbalo en pocas palabras


4. Sobre qué otras temáticas le gustaría que se desarrollaran nuevos cursos virtuales


5. Alguna sugerencia para mejorar el Curso
 


Espero que haya sido una experiencia interesante como lo fue para mi y que puedan integrarse a las otras actividades que organiza periòdicamente CIVILITAS, tanto en Argentina como en las otras Sedes.

Cordialmente,
Sebastián García Díaz
Responsable del Curso Virtual de Formación Política

A modo de Sintesis

Comienzo a escribir este epílogo el mismo día en el que nace mi tercera hija, María. No es casualidad entonces que el libro tenga como título, como dedicatoria y como conclusión final referencias a mis hijos -a nuestros hijos-. Es un compromiso por sacar conclusiones pro-positivas después de este largo recorrido filosófico.
En los 10 capítulos hemos definido pilares de una teoría que podría llamarse de la interacción comunitaria y que termina por proponer, como “salvación de la política”, la construcción de nuevos ámbitos de posibilidad dentro de la política, por parte de dirigentes legitimados (que tengan Autoridad) y con el consenso real, no teórico y construido, no deducido de los ciudadanos. 
Hagamos un breve resumen de estos pilares:
1-            En el capítulo segundo pusimos en el centro de la escena política a la prudencia, definida como la virtud de dar la respuesta correcta en cada específica circunstancia.

La libertad es entonces protagonista de la política, con toda su potencialidad creadora, pero también con las limitaciones y condicionantes que supone lograr que hombres libres lleguen a la unidad de la acción política común, de la mano de otro hombre libre que se erige como el líder.
Esta revalorización de lo prudencial no renuncia a dictar verdades sobre la realidad política, pero lo hace con profundo respeto, sabiendo que sus dictados sólo pueden servir de consejos, de precedentes, de inspiraciones. La acción política, sin embargo, cuando realmente muestra su faceta más extraordinaria -pero a la vez más peligrosa- es cuando se vuelve creativa. Las decisiones políticas en el sentido más puro del concepto, finalmente son decisiones únicas y originales.
2-            En el tercer capítulo avanzamos un paso más y no sólo liberamos a la política de cualquier corsé que pretendamos aplicarle por la fuerza -la fuerza de la teoría-, sino que además liberamos al hombre de reduccionismos centenarios, forjados al calor de la modernidad.
Así despojados, quedamos nosotros mismos, personas de carne y hueso, pertrechados detrás de una muralla ideológica que fundamenta nuestro individualismo, pero conscientes de que todas esas garantías individualistas no logran hacernos felices. Sabemos que necesitamos de una comunidad con la cual compartir valores. Pero tememos que esa comunidad termine avasallando nuestra intimidad.
¿Cómo forjar una visión de la política que recupere la idea de bien común como plataforma de nuestro bien individual, sin que eso signifique sacrificar nuestra libertad conquistada? El desafío quedó planteado.
3-            En el cuarto capítulo exploramos a fondo el concepto de bien común. Advertimos los problemas reales y la resistencia que producen las teorías que pretenden ampliar su alcance hasta el punto en el que invocando el bien común “te obligo a hacer cosas que libremente tal vez no querrías hacer”.
Sin embargo como contracara, una concepción que subestima el marco político y pretende que el bien es sólo una elección subjetiva y personal o una construcción voluntaria de grupos de personas asociadas a ese fin, termina por convertirnos en muchedumbres solitarias. Una visión superficial del bien común termina por permitirnos sólo intercambiar impresiones y sólo convivir en un marco de obras y servicios públicos, sin ayudarnos a vivir mejor en el sentido más profundo e integral.
Al final de ese capítulo el desafío se mostró en toda su magnitud: ¿cómo recuperar el sentido del bien común -el sentido correcto- en las sociedades democráticas de hoy?
4-            El quinto capítulo contiene una de las primeras claves de la teoría de la interacción comunitaria: la construcción de lo político, utilizando tres criterios básicos: el criterio de naturaleza, el criterio de eficacia, y el criterio de racionalidad. Estos criterios no sirven para una formulación constitutiva de lo político en el sentido que lo hacen las elegantes visiones abstractas de la modernidad. En nuestro caso, son criterios que deberían estar presentes en cada momento en que se toman decisiones políticas.
Por tanto, no se pueden extraer conclusiones absolutas sino sólo relativas, condicionadas al tiempo y el espacio en el que se produce la deliberación y a la cultura política -sus valores, sus prejuicios, su propia interpretación de la historia reciente- de la población que protagoniza (y padece) esas decisiones.
5-            En el sexto capítulo vinculamos estos criterios para la construcción de lo político con un análisis de las posibilidades de lograr el bien común. Luego de dialogar con la teoría liberal y la teoría utilitarista del bien común, proponemos nuestra propia visión. Distinguimos tres niveles de bien común y a su vez una distinción entre estos niveles y los bienes primarios que se definen en cada uno de ellos.
En el primer nivel lo que está en jugo son cuestiones tan básica para el ser humano que no hay categorías intermedias: si el gobierno no puede garantizar este nivel, directamente no hay gobierno. En el segundo nivel aparecen los buenos gobiernos; aquellos que logran establecer sus prioridades pero que también son capaces de desarrollar su carácter arquitectónico. Allí se ubican los ámbitos de posibilidad que se describen en el capítulo siguiente.
6-            El capitulo 6 es central y entra de lleno a la propuesta del libro: los ámbitos de posibilidad. ¿De que se trata? Espacios intermedios entre la pura obligación y la pura libertad, dicotomía que le ha impuesto la modernidad a la política. Mediante un sistema de interacción vertical (gobierno, sociedad civil, grupos comunitarios) y horizontal (estos mismos grupos entre sí) se construyen espacios voluntarios en el que se decide avanzar en los desafíos del bien común.
Esta formulación supera el clásico postulado de dejar que la sociedad se organice y defienda sus valores. La diferencia es que aquí permitimos que estos ámbitos de posibilidad sean institucionalizados en el marco político, aunque sin aprovecharse de la capacidad de coacción del Estado.
Lograr una interacción, que tiene una potencialidad infinita pero también fuertes condicionamientos, es una tarea que en principio es más probable que puedan realizar dirigentes legitimados antes sus diferentes dirigidos y acostumbrados a buscar los puntos óptimos de consenso.
7-            El capítulo ocho comienza con la pregunta del millón: ¿podrán los políticos y los dirigentes en general asumir esta construcción del bien común que es mucho más compleja y difícil de lograr, sobre todo porque camina al filo convertirse en una nueva afrenta contra la libertad individual o, del otro lado, en una simple enunciación de buenos deseos políticos, pero sin ninguna posibilidad de concretarlos?
La respuesta nos obligó a bucear hasta las profundidades del concepto de autoridad buscando su ser y su deber ser, para al final tratar de determinar qué tipo de políticos y de dirigentes podrían cumplir la misión.
Frente al ideal que gobiernen los mejores, proponemos la hipótesis de que los mejores, al menos respecto a la posibilidad de generar ámbitos de posibilidad, son aquellos que tiene autoridad per se, por su trayectoria, por sus decisiones, por sus ideales confirmados por la “obediencia” que le ofrece el grupo de personas bajo su influencia, sin necesidad de amenaza de coacción.
8-            En el noveno capítulo, reflexionamos sobre cómo la ciudadanía participa en la configuración del bien común, a través de un sistema de consenso que se logra por mecanismos hoy no valorados por los esquemas formales de nuestras sociedades supuestamente democráticas.
Allí volvemos sobre la idea de una posibilidad más concreta que es la deliberación de los dirigentes, no elegidos formalmente como representantes pero sí avalados por la autoridad que sustentan.
Por último reflexionamos sobre la necesidad de institucionalizar el diálogo, como condición básica para que la búsqueda y la construcción de espacios de posibilidad sean sustentables en el tiempo, pervivan al recambio de dirigentes y sean efectivos.
9-            Y así llegamos al último capítulo en el que buscamos en las rendijas que deja abierta la sociedad individualista de hoy, la fuerza de los grupos comunitarios formales e informales, porque advertimos que allí los valores, la actitud, el entorno, los dirigentes y los fines pueden ser mucho más favorables para la construcción de estos ámbitos de posibilidad.
Distinguir entre el ideario de forjar una comunidad y la aspiración más acotada y más concreta de revalorizar los ámbitos comunitarios es como la última ficha para terminar el armazón de esta larga exploración.

¿Qué ha quedado al final de este camino? ¿Cómo salvar a la política? La conclusión es que el camino para salvar a la política pasa por permitirnos que el hombre, que nosotros, nos proyectemos con toda nuestra “humanidad” al ámbito de lo político en un nuevo concepto de ciudadanía mucho más integral.
Sobre esa base, hay que darle a la política el fin que al menos en el debate teórico, perdió en los últimos siglos: la construcción del bien común, como base para nuestra felicidad individual.
¿Cuán largo y cuán ancho puede ser el concepto de bien común? Eso depende de la capacidad que tengamos de generar ámbitos de posibilidad. Se abre un nuevo mundo a conquistar que es el bien común logrado no por imposición sino por construcción conjunta.

Si tuviéramos que decir cuál es la punta del ovillo; es decir ¿por dónde empezamos? La respuesta de estas reflexiones marca una prioridad: empecemos poder “apoderar” (en castellano no existe una palabra tan exacta como en el inglés “empowerment”) a los dirigentes de ámbitos comunitarios, que hasta ahora no hemos permitido interactuar con lo político, no al menos desde un punto de vista institucional. La punta del ovillo es que ingresen a la política, dirigentes con autoridad real.
Allí donde no haya ni siquiera dirigentes comunitarios habrá que ir a una etapa más germinal y recrear los ámbitos de deliberación pública, porque allí se forjan, se lucen, los dirigentes que necesitamos para sentar a la mesa de la construcción de las nuevas fórmulas del bien común.
Bajo esta perspectiva, muchas de las iniciativas que están en boga en estos tiempos van a contramano. Es que, espantados ante el poder destructivo de lo político, hemos salido a limitarlo, a fraccionarlo, a tratar de encasillarlo en normativas interminables, a quitarle discrecionalidad, imponiendo pre-conceptos, planificaciones, etc.
No digo que la tarea de limitar al gobernante sea mala. Digo que no es la solución para devolverle a la política esa promesa real, no las promesas de los políticos de hoy, de ayudarnos a ser más felices.
Sin embargo el desafío, cuando uno baja a la arena política, es abrumador. He seguido con atención en los últimos diez años intentos de aplicar estas ideas en Argentina y en otros países y los resultados son en la mayoría de los casos muy desalentadores.
Aquí es donde la filosofía se retira y pide a los apasionados que se hagan cargo. Las ideas están al orden del día. Llegó la hora de la acción.

32 Entrega

9. Aportes de los grupos comunitarios a lo político


Los aportes que puede producir la participación de los grupos comunitarios en lo político, en particular la participación comprometida de sus dirigentes, son infinitos y no pueden ser numerados en una lista. La razón e obvia: depende de las especiales características de los grupos que se atrevan a asumir el desafío. Sin embargo, en el marco teórico de nuestras reflexiones, podemos rescatar tres que son comunes a toda experiencia comunitaria y que tal vez -no lo sé- resulten los aportes más valiosos para lo político.

El primer aporte es el ofrecimiento a las fragmentadas sociedades de hoy de ámbitos que predisponen a las personas para una deliberación pública.

En el capítulo respectivo dejamos en claro que para lograr una verdadera deliberación pública es necesario cumplir ciertos requisitos. A la luz de esas condiciones digamos como regla que admite por supuesto excepciones, que los grupos comunitarios no pueden recrear una deliberación pública por la unidad presupuesta de sus prácticas constitutivas. Parece difícil en efecto que en el seno de un grupo comunitario se recree la diversidad y la tensión propia del pluralismo político.

Sin embargo, el grupo comunitario puede consolidar las bases para generar una deliberación pública auténtica o una que se asemeje. Esto por las características propias de sus prácticas. En el seno de los grupos se templa el carácter de sus integrantes en sentimientos como la fraternidad, la armonía de mis intereses con los del grupo, la predisposición al diálogo y al consenso, el respeto por las cualidades diversas de los demás integrantes, el perdón, el valor de la promesa... La deliberación en tales grupos logra equilibrar en teoría los criterios racionalistas y utilitaristas, con aquellos otros que surgen de la experiencia, de la prudencia, e incluso con las “razones del corazón que la razón no entiende”.

El aporte descrito es mayor en el caso de los dirigentes comunitarios. Todos ellos, acostumbrados a la responsabilidad de guiar a su grupo en la prudencia y lograr acciones consensuadas, pueden entablar llegado el caso un diálogo más fecundo en términos de consenso y en términos de eficacia con los demás dirigentes.

Pero esta potencialidad merece ciertas matizaciones. La mayor predisposición de los dirigentes para una deliberación pública tiene como contrapartida un peligro: que todos estos dirigentes sólo intenten defender sus intereses sectoriales frente a los demás, es decir, que tomen la invitación a participar en lo político, como una invitación a “representar” a su grupo frente a los otros. Y ya lo advertimos no es esa la idea. Este es un peligro real, que puede frustrar cualquier iniciativa de interacción.

El segundo gran aporte es una característica propia de los grupos comunitarios. En muchos ámbitos de la política y de la sociedad civil -no es el momento de discutir si por un defecto añadido o estructural- las prácticas se asemejan a un “juego de suma cero”. Esto es: si uno gana o se enriquece, es porque otro pierde o se empobrece. Es el caso de algunas actividades profesionales o del éxito de un empresario o de un político (por nombrar algunos ejemplos): si unos logran mayor riqueza, fama o poder es sobre la base de que no todos pueden compartir esos logros. En cambio en la experiencia comunitaria, en principio, se compite en excelencia, pero es típico de estas organizaciones humanas que los logros resultan un bien para todo el grupo que participa en la práctica.           

Si en un grupo de ayuda a los discapacitados -para dar un caso- uno de los integrantes descubre un método más eficaz para desarrollar dicha ayuda, él recibirá reconocimiento y prestigio, pero lo más importante es que todo el grupo se beneficiará de su descubrimiento.

No estoy diciendo que en el ámbito de la sociedad, de la política o de la empresa nunca se de una acción de bien que sea extensible al grupo o a la comunidad toda. Lo que quiero significar es que estas acciones no son tan comunes como en la dinámica comunitaria. Incluso me atrevo a sugerir -aunque no quiero entrar en polémicas- que en un porcentaje alto de casos en los que se den acciones con este sustrato en la esfera de la sociedad civil, podremos descubrir por detrás, de seguro, una apoyatura comunitaria.

Lo que es indiscutible es que este tipo de experiencias comunitarias son el caldo de cultivo para una verdadera vocación pública que debiera guiarse por criterios similares y no por criterios utilitaristas. Lo público, de más está decirlo, debe tener vocación inclusiva y no una vocación exclusiva como la que por momentos presenta en nuestros días.

El último aporte está íntimamente relacionado con el anterior. Hace referencia a la especial concepción de la igualdad que inspira a los miembros de los grupos comunitarios en cuanto tales. Digo “en cuanto tales” porque esas mismas personas en otras organizaciones pueden mantener de modo consciente o inconsciente, concepciones diferentes e incluso antagónicas sobre cuáles son los criterios de justicia que debe regirlos. Pero en los ámbitos comunitarios aceptan un principio humanizado y flexible de la igualdad.

Los miembros de grupos comunitarios, en estos ámbitos, aceptan subordinarse a un criterio de igualdad regido por la justicia y no al revés como puede ser entendido en el ámbito político, es decir un criterio de justicia regido por la igualdad.

 En verdad, más que un principio rígido, lo que hay es una serie de pautas que, en cada específica circunstancia, ayudan a combinar el amor o la amistad con la idea de mérito y también con la idea de equilibrio en la comparación.

Veamos como ejemplo el caso de una familia. El padre no destinará los ahorros producidos por su trabajo sobre la base de un criterio fijo: “a cada uno según su mérito” o “según su necesidad”. En cada situación valorará las circunstancias específicas, las necesidades de cada uno de sus hijos, el mérito, las posibilidades, y de ese modo establecerá la fórmula de equidad. Una fórmula que analizada a la luz de los rígidas categorías del pensamiento político, podría resultar intolerable y sin embargo, posee la cualidad de tratar a los iguales como distintos y a los distintos como iguales.

Visto desde otro punto de vista, desde la visión de los afectados por las decisiones comunitarias, la experiencia de estos grupos también aporta un espíritu más mesurado para aceptar ciertas situaciones que pueden perjudicar a algunos pero que benefician al mismo grupo o a otras personas cuyos problemas en ese momento tienen prioridad. En realidad existe una tensión que es positiva: la disposición del afectado a aceptar esa “desigualdad” con tranquilidad, confiando en los dirigentes y la inquietud de los responsables por superar lo antes posible ese estadio para bienestar de aquel.

Las lecciones que aprendemos en los ámbitos comunitarios para aceptar diferencias transitorias y sacrificarnos por el grupo, muy lejos de probar que estamos ante “estructuras sutiles de dominación” ratifican la importancia de estos grupos comunitarios como verdaderas “escuelas de vida” y en lo que a nosotros atañe como “escuelas de convivencia política”.

10. Desde lo comunitario: una nueva visión de la ciudadanía


Antes de terminar el capítulo creo importante dedicar unos párrafos a reflexionar sobre la incidencia de todas nuestras conclusiones en el concepto de ciudadanía. En varios pasajes hemos rechazado el concepto de ciudadanía que construyó el pensamiento individualista por resultar abstracto y superficial. A esta altura empero ya podemos recuperar un concepto tan paradigmático e incluirle entre sus caracteres esenciales algunos elementos dejados de lado por la modernidad.

¿Qué significa la ciudadanía para nosotros? El concepto no puede tener otro sentido que designar nuestra relación con la comunidad (esa comunidad realizada para los que tienen la suerte de vivir en una o en proceso de construcción para la mayoría de nosotros). De este modo la ciudadanía se vincula íntimamente ya no sólo a la idea de derechos individuales, sino también a la noción de vínculo con una comunidad particular.

Comencemos por destacar el valor que hemos dado a lo largo del trabajo a la acción política de las personas, por encima de las previsiones y las abstracciones de las estructuras. Como bien señala Habermas “las instituciones de la libertad constitucional no son más valiosas que lo que la ciudadanía haga de ellas”. En definitiva nuestra propuesta asienta fundamentalmente sobre una actitud ética de los protagonistas de lo política antes que en una tarea de “reingeniería política”.

Muchos autores modernos han creído que -aún sin una ciudadanía particularmente virtuosa- la democracia liberal podía asegurarse mediante la creación de controles y equilibrios. Dispositivos institucionales y procedimentales como la separación de poderes, el poder legislativo bicameral, el federalismo y el control de la prensa libre servirían en conjunto para bloquear el paso a los posibles opresores. Incluso en el caso de que cada persona persiguiera su propio interés si ocuparse del bien común, los intereses privados podrían controlarse entre sí. Sin embargo, a lo largo de este trabajo -creo- ha quedado claro que estos mecanismos procedimental-institucionales no son suficientes y que también se necesita cierto nivel de virtud y de preocupación por lo público.

Más aún: según lo dicho, la idea de ciudadanía no debe incluir una visión unitaria del modo de ser de los hombres sino por el contrario, enriquecerse de las diferencias y las variedades que propongan sus titulares. Tal vez haya sido ese el principal error que llevó a desprestigiar el concepto integral y republicano de ciudadanía: sirvió a más de uno para aplastar con una visión unitaria la inmensa variedad que resulta de la experiencia humana.

¿Acaso es necesario que todos hablemos un solo idioma, para que nos sintamos miembros de una comunidad? ¿Acaso debemos profesar la misma religión? ¿Acaso debemos pensar lo mismo sobre los grandes temas del hombre y de la sociedad? De ninguna manera. La idea de ciudadanía, tanto como la idea de comunidad, son paradigmas que deben construirse y no proyectos que deben imponerse.

De este modo llegamos al final del capítulo con una firme convicción: la batalla por “salvar a la política” no va a librarse en las estructuras ni en los grupos comunitarios y ni siquiera en las nuevas organizaciones que institucionalicen la interacción de los nuevos dirigentes. En verdad es una batalla que debe ser librada en el corazón de cada uno de los ciudadanos, porque sólo de ellos depende superar el desafío.

31 Entrega

7. Grupos comunitarios típicos


Hemos repetido varias veces que cualquier grupo humano puede volverse un “grupo comunitario”. Existen algunos que en general por su origen, por sus fines o por su dinámica fomentan las relaciones comunitarias en mayor medida y, por tanto, ante tales grupos podemos anticipar el desarrollo de un reconocimiento integral de sus miembros (que es lo mismo que hablar de relaciones comunitarias).
           
Es el caso de la familia -grupo comunitario por excelencia-, de los grupos de amigos, de los novios, de los miembros de una típica organización comunitaria de base en comunidades pequeñas luego de un tiempo de trabajo en equipo. También pueden forjarse relaciones comunitarias en la escuela, entre los maestros y autoridades respecto de los hijos y también respecto de los padres (incluso hasta con los ex alumnos; las congregaciones religiosas y las actividades parroquiales, los clubes deportivos entre los integrantes de sus equipos permanentes, las asociaciones o cooperativas luego de una larga lista de acciones conjuntas; coros talleres, grupos de beneficencias, ONG..., colegios profesionales con mucha vida social, institutos académicos o de estudio e investigación...

En definitiva son ámbitos en el que la persona pueda presentarse integralmente (al menos en sus aspectos exteriorizables) compartiendo su identidad y su intimidad en la medida de las posibilidades, y superando -como dijimos- los rígidos parámetros utilitaristas y racionalistas.

Es importante destacar lo que recién insinuamos: la familia es uno de los grupos comunitarios paradigmáticos y por ello, todas las organizaciones que tengan una relación directa con la institución familiar ya por sus objetivos o porque recepta la participación de sus integrantes en calidad de tales, de seguro mostrarán una solidez en sus relaciones comunitarias mucho mayor a las de otras organizaciones.

Ahora bien, a los efectos políticos: ¿qué cualidades tienen los grupos comunitarios que nos obliguen a otorgarles una participación especial? La pregunta es pertinente puesto que, por muy positivas que puedan resultar las relaciones comunitarias para los protagonistas de ese grupo, podría ocurrir que hacia lo público el grupo mostrara un espíritu individualista exasperante o peor aún una vocación totalitaria.

Efectivamente, no vamos a negar que puedan existir grupos comunitarios con esas características negativas. Puede darse el caso de un grupo de activistas entrañablemente amigos que sin embargo compartan el objetivo de terminar con el Estado y que además realicen acciones violentas en tal sentido. O también grupos que sin llegar a tanto, funcionen en el ámbito público como verdaderos “lobbies” de sus intereses sectoriales. Por último existirán grupos comunitarios cuyo discurso público sea absolutamente individualista: “déjennos vivir en paz haciendo lo que queramos, sin que nadie nos moleste”.

Estos son los miedos de Alain Touraine, por ejemplo, que lo llevan a rechazar propuesta comunitaristas: “El retorno de las comunidades trae consigo el llamado a la homogeneidad, la pureza, la unidad, y la comunicación es reemplazada por la guerra entre quienes ofrecen sacrificios a dioses diferentes, apelan a tradiciones ajenas u oponen las unas a las otras, y a veces hasta se consideran biológicamente diferentes de los demás y superiores a ellos.”

Conviene entonces que puntualice en que sentido creo que es conveniente convocar a los grupos comunitarios y en particular a sus dirigentes.

8. La interacción de los grupos comunitarios.


La convocatoria a los grupos comunitarios a participar en el ágora política no debe ser tomada como una propuesta de representación de estos sectores. De ser así, estaríamos repitiendo los modelos fascistas y corporativitas. Pero no fue ésa la propuesta de los anteriores capítulos.

Por el contrario la idea es que los dirigentes naturales de estos grupos comunitarios tengan abiertos canales de interacción en la estructura política, fundamentalmente en el nuevo ámbito de posibilidad. No creo que sea conveniente al menos por ahora que dichos dirigentes intervengan en las sanciones de las leyes del Estado por dar un caso o, en general, en las estructuras republicanas.

El ámbito de posibilidad -sumado al concepto de la autoridad como potestas y como diálogo- resultan verdaderos “filtros” para ideas o ideales políticos que no cumplan con los criterios que apuntáramos en el primer capítulo, sobre todo con el criterio de racionalidad.

Como los proyectos y la forma de ejecutarlos deben surgir del entendimiento y del consenso entre los diversos dirigentes, es difícil que los demás acepten una propuesta descabellada o totalitaria, o que se incline claramente hacia el beneficio de un sector en detrimento de otro. Al ser un diálogo desprovisto de los excesivos mecanismos legales y procedimentales que regulan el debate institucionalizado en las estructuras políticas tradicionales, aquí juega un papel trascendental la legitimidad del proyecto en cuestión.

De este modo, aunque no sea una fórmula de éxito garantizado, es probable que los resultados de la interacción entre los dirigentes, sea en la mayoría de los casos un proyecto de bien común. Puede ocurrir que nunca lleguen a un acuerdo y que la interacción por tanto no arroje mayores resultados. Pero si lo hace, luego de haber pasado el “filtro político” sugerido, podemos fiarnos que el proyecto tiene buenas intenciones.

Por otra parte, hay una cuestión fundamental que no podemos pasar por alto. En el seno de estos grupos comunitarios y al calor de sus respectivas experiencias cotidianas se forjan virtudes de toda índole, muchas de las cuales son las que faltan y las que necesita la sociedad civil y la política.

En las relaciones comunitarias, aparecen valores y conductas que exceden ampliamente los criterios utilitaristas de la dinámica de la sociedad civil. Desde ya se da un respeto natural mayor o menor según el caso hacia los dirigentes naturales y personas que deben tomar decisiones. Sobre este punto ya nos detuvimos a reflexionar en el capítulo 8.

Pero no se agota allí el aporte de los grupos comunitarios. Por el contrario existen ciertas virtudes que surgen de las prácticas concretas de dichos grupos y que también deben ser receptadas en el ámbito político a través del ámbito de posibilidad. De lo contrario, si sólo llamamos a los dirigentes comunitarios para ganarnos su legitimidad, pero impedimos que transmitan los valores y las inquietudes propias de su grupo, en verdad estaríamos “usando” a esos líderes con todos los aspectos negativos que puede traer aparejado tal acción política.

Las prácticas comunitarias, donde se forjan virtudes positivas para la realización del hombre y positivas también para el desarrollo del bien común, pueden ser definidas del modo en que lo hace el pensador MacIntyre. Para él, una práctica es:

“...toda forma coherente y compleja de actividad humana cooperativa, socialmente establecida, mediante la cual se consiguen los bienes internos a la misma, mientras se intenta alcanzar las pautas de excelencia propias de esas forma de actividad y que, en parte, la definen, con el resultado de extender sistemáticamente la capacidad humana de lograr la excelencia y las concepciones humanas de los fines y los bienes que implica”.

La definición puede confundirnos por su complejidad, pero con unos ejemplos podremos entender perfectamente de qué estamos hablando. Para MacIntyre saber lanzar con destreza un balón no es una práctica, pero sí lo es el fútbol. Plantar un nabo no es una práctica, la agricultura sí.

Hay en la definición de nuestro autor dos tipos de bienes posibles: por una parte los bienes externos y contingentes unidos a la práctica a causa de las circunstancias sociales, como por ejemplo el prestigio, el rango y el dinero. Estos bienes se caracterizan porque existen siempre caminos alternativos para lograr estos bienes, que no se obtienen sólo por comprometerse en algún tipo particular de práctica. Por otra parte, hay bienes internos a la práctica que no se pueden obtener si no es a través de esa práctica en particular.

En definitiva hay un conjunto de criterios, de inquietudes, de aptitudes y de actitudes -adviértase las sutiles pero importantes diferencias entre estos conceptos- que en el marco de un grupo particular forjarán a sus miembros en el desarrollo de un práctica que permitirá una superación. Pero una práctica no se agota sólo con las condiciones personales de aquellos que la practican. Supone además ciertos modelos de excelencia y una cierta predisposición, incluso una cierta obediencia a esos modelos. En general, entrar en una práctica es aceptar mi carácter de “iniciado” y como consecuencia, la autoridad de esos modelos y la autoridad de quien los “modela” aunque luego con el correr del tiempo pueda superarlos o rebelarme contra ellos.

Como señala el mismo MacIntyre:

“Si, al comenzar a escuchar música, no admito mi propia incapacidad para juzgar correctamente, nunca aprenderé a escuchar, para no hablar de llegar a apreciar los últimos cuartetos de Bartok. Si al empezar a jugar al béisbol no admito que los demás sepan mejor que yo cuándo lanzar una pelota rápida, y cuando no, nunca aprenderé a apreciar un buen lanzamiento y menos a lanzar. En el dominio de la práctica, la autoridad tanto de los bienes como de los modelos opera de tal modo que impide cualquier análisis subjetivista y emotivista”.

Más adelante el autor clarifica aún más su concepto: “Entrar en una práctica es entrar en una relación, no sólo con sus practicante contemporáneos, sino también con los que nos han precedido en ella. en particular con aquellos cuyos méritos elevaron el nivel de la práctica  hasta su  estado presente. Así los logros, y a fortiori la autoridad de la tradición son algo a lo que debo enfrentarme y de la que debo aprender”.

Ahora bien: ¿Qué tiene que ver este concepto de práctica con la experiencia de los grupos comunitarios? Al parecer si el fútbol -por tomar un caso- es una práctica que tiene pautas propias, nada tendrían para aportar estos grupos a esa práctica.

Sin embargo, si agudizamos nuestra capacidad de análisis descubriremos que las prácticas sólo pueden ser forjadas en el seno de grupos humanos acotados que encarnan los bienes y las virtudes que hacen a esa práctica. Más aún: la práctica de los grupos comunitarios será el factor dinámico de “la” práctica; le dará vida y le aportará nuevas experiencias y nuevos modelos perfeccionados con respecto a los heredados del pasado.

Un ejemplo nos ayudará a comprender. Pongamos por caso el deporte del fútbol. Todo indica que estamos frente a una práctica de larga tradición compuesta por una serie de reglas institucionalizadas sobre el modo de jugar; también ciertos bienes reconocidos por aquellos que participan del deporte y por la comunidad en general (ejercicio físico, dominio del cuerpo frente a situaciones límites, capacidad para trabajar en equipo, etc.). Tal es el grado de desarrollo de esta práctica, que podemos establecer lo que es jugar “bien” al fútbol, y lo que es un buen jugador o un buen equipo. Nada de esto sería posible, empero, si no existieran verdaderos clubes y equipos de fútbol que encarnaran dicha práctica y trataran de superar los niveles de perfección logrados.

Es en el seno de los “grupos comunitarios” donde las personas que los integran pueden valerse de la tradición de esa práctica para alcanzar ciertos bienes específicos que de otro modo no conseguirían. Por supuesto pueden ir ocasionalmente a jugar un partido y hacerlo bien, aunque podemos estar seguros que no recibirán todo el bien que podría aportar el desarrollo constante de tal práctica.

Tal vez sea bueno diferenciar a esta altura, en la experiencia de un grupo comunitario, aquel conjunto de virtudes que son comunes a otros grupos de aquel otro forjado a la luz de la práctica más importante que los nuclea. Igual distinción puede realizarse con los bienes que realizan sus integrantes a través de las prácticas y los valores y criterios que rigen sus relaciones.

La virtud de ser una persona honesta puede ser aprendida en diversos grupos, la virtud de saber trabajar en equipo sólo en aquellos en donde las actividades se desarrollen con tal dinámica. La fama o el dinero puedo conseguirlo jugando al fútbol o desarrollando un proyecto comercial exitoso. Pero existen ciertos bienes que no pueden ser obtenidos si no se participa en ciertos grupos determinados. Por último existen valores y criterios para relacionarnos con los demás que aparecen en diversos grupos como por ejemplo “el amor”. Sin embargo, no podemos negar que en determinados grupos como la familia dicho valor está más desarrollado que en otros.

No es posible agotar aquí todas las derivaciones en esta relación entre “la” práctica y la experiencia particular de esa práctica en el marco de un grupo específico. “La” práctica nos brinda homogeneidad y previsibilidad, los grupos le imprimen la necesaria diversidad. Sin embargo, también pueden desvirtuar los bienes internos a las prácticas con disvalores como la codicia o la intolerancia hacia grupos semejantes. Un equipo de fútbol puede ser la representación de un grupo de deportistas virtuosos o, por el contrario, una banda de drogadictos y mafiosos...

La importancia de las prácticas en el desarrollo de un grupo comunitario motiva que, aunque reconozcamos como grupos comunitarios a aquellas relaciones particulares desarrolladas por al menos dos personas, consideremos relevantes para lo político sobre todo a aquellos grupos organizados tras una práctica concreta.

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4. Diferencia entre comunidad y grupos comunitarios


En nuestro país -para tomar un marco de referencia- no existe una comunidad política nacional y ni siquiera existen comunidades políticas provinciales. No voy a estudiar aquí -porque no es el lugar- si alguna vez existió, pero si puedo afirmar que hoy no existen tales comunidades. Sí existe un Estado, una sociedad civil con características primitivas y una población compuesta por individualidades que, en principio, aceptan una convivencia política y una cierta unidad. Incluso nuestra población comparte toda una serie de factores patrióticos: una historia común y una conciencia -mínima- de ese pasado compartido. Sin embargo falta lo más importante: un proyecto político común, un proyecto nacional, y un “artífice” legitimado para hacerlo realidad.

Ahora bien: en nuestra conformación social sí persiste un número importante de grupos comunitarios, entendidos éstos como grupos de personas que mantienen aquellos “vínculos fuertes” a los que hacíamos referencia al principio del capítulo.

La categoría de “grupo comunitario” es -vuelvo a subrayar- meramente teórica. Sirve para destacar fundamentalmente la forma en que se relacionan sus integrantes. Cuando un grupo de personas llega a desarrollar relaciones comunitarias, entonces ese grupo a más de pertenecer a otras categorías como por ejemplo empresas comerciales, clubes, asociaciones, movimientos cívicos o unidades académicas será un grupo comunitario, capaz de aportar una experiencia social más profunda y más integral que los demás grupos en los cuales sólo se mantienen relaciones sociales. No es importante el modo en que se forjó ese grupo (si de manera natural, necesaria, espontánea o voluntaria), tampoco su estructura ni su finalidad; lo específico es la entidad de la relación interpersonal.

¿En qué consiste la experiencia comunitaria? Para entenderla y descubrir sus cualidades, debemos comparar el modo en que las personas se relacionan en la sociedad civil contemporánea. Ya hemos reflexionado en varios pasajes sobre al tópico así que propongo que sólo hagamos un comentario general para advertir las diferencias.
           

5. Las relaciones humanas en la sociedad civil contemporánea


En la sociedad individualista, supuestamente el individuo “liberado” de la opresión de lo político -y también de lo comunitario- se manifiesta libremente en su relación con los demás. Esto significa que: 1- él decidirá con quién desea relacionarse, de qué forma, y hasta qué punto. 2- Por ende los demás no podrán avanzar sobre su intimidad más allá de lo que ese individuo acepte.

Sin embargo, esta aplicación irrestricta del principio de adhesión genera en la realidad -como consecuencia- una sociedad que debe establecer necesariamente ciertas pautas que permitan prever el comportamiento de agentes en cada específica circunstancia. En definitiva el hombre en la sociedad individualista deja de ser confiable como tal, porque los criterios de su conducta se los dicta él mismo (sin mayor confrontación con la verdad).

Por ello la confianza en el hombre se restringe al cumplimiento de un rol, de un status, de una función. Allí su comportamiento será previsible o al menos censurable, en el caso que no cumpla con las expectativas que la sociedad deposita en esa función.

Hannah Arendt en La Condición Humana, analizando la conformación de esta sociedad moderna, afirma que:

“Es decisivo que la sociedad, en todos sus niveles, excluya la posibilidad de acción. En su lugar, la sociedad espera de cada uno de sus miembros una cierta clase de conducta mediante la imposición de innumerables y variadas normas, todas las cuales tienden a “normalizar” a sus miembros, a hacerlos actuar, a excluir la acción espontánea o el logro sobresaliente".

De este modo descubrimos, en el seno de las sociedades contemporáneas, la tensión que sufren las relaciones sociales entre las personas. Es la misma tensión que soporta el hombre en relación con esas posiciones rígidas. Sucede que dichas posiciones han sido abstraídas de tal forma de su sustrato subjetivo -es decir de las particularidades de la personalidad que ocupa esas posiciones- que terminan por asfixiar al hombre que las asume. Dicho de otro modo:            los roles y las funciones de estos tipos se han homologado de tal forma, que obligan al hombre intrínsecamente único y diverso a “alienarse”, separando lo que es como hombre, y lo que debe ser según la función que cumple.

Para poder sobrevivir en la gran estructura de la Sociedad Civil, los hombres debemos contentarnos con asumir los tipos y cumplirlos lo mejor que podamos. De este modo nos convertimos en profesionales, en contribuyentes, en televidentes, en consumidores... pero en pocos o ninguno de esos nichos funcionales podemos canalizar toda nuestra humanidad. A lo más podemos ser personas, posición que -como se ha dicho- guarda también una cuota de abstracción y de fragmentación. En algunos ámbitos hasta puede que se nos permita ser buenas personas. El concepto de persona lo utilizamos aquí con una significación político-jurídica remarcando las atribuciones y los deberes que se espera que cumpla un ciudadano civilizado. 

Los problemas y las derivaciones negativas de esta fragmentación son innumerables. Desde ya una gran desintegración social, no tanto en la apariencia porque “en la apariencia el sistema funciona” sino más bien en lo profundo, en lo personal y todavía más en lo espiritual.

En este nivel, por ejemplo, surge un problema de particular importancia al que sólo podremos mencionar, pero no desarrollar: todas estas posiciones rígidas generan -cada una- paradigmas éticos que en algunos casos llegan a ser contradictorios o antitéticos. Los hombres nos vemos obligados a fragmentar nuestra humanidad para ser buenos profesionales, buenos ciudadanos y buenos padres, pero de la suma de todas estas “buenas” acciones no resulta -paradójicamente- un buen hombre o si se quiere, un hombre feliz.

La situación es descrita magistralmente por Richard Sennet en El declive del hombre público:

“Actualmente, la vida pública también se ha transformado en una cuestión de obligación formal. La mayoría de los ciudadanos mantienen sus relaciones con el Estado dentro de un espíritu de resignada aquiescencia, pero esta debilidad pública tiene un alcance mucho más amplio que los asuntos políticos. La costumbre y los intercambios rituales con los extraños se perciben, en el mejor de los casos como formales y fríos y, en el peor de los casos, como falsos. El propio extraño representa una figura amenazadora y pocas personas pueden disfrutar plenamente en ese mundo de extraños: la ciudad cosmopolita. Una res pública se mantiene en general para aquellos vínculos de asociación y compromiso mutuo que existen entre personas que no se encuentran unidas por lazos de familia o de asociación íntima, se trata del vínculo de una multitud, de un “pueblo”, de una política, más que de aquellos vínculos referidos a una familia o a un grupo de amigos”.

Tenemos, por tanto, una sociedad civil en la que, a pesar del increíble avance de las comunicaciones, pareciera reinar una gran incomunicación. Vivimos, por designarlo de algún modo, la soledad de una “incomunicación comunicada”. Una “muchedumbre solitaria” que se intercomunica a través de rígidos canales formales.

El fenómeno se manifiesta en innumerables aspectos de nuestra cultura. Por nombrar alguno: las inmensas plazas públicas y edificios de los últimos años, los cuales a pesar del gran espacio y la funcionalidad aparecen como lugares de paso. “Son espacios -señala Richad Sennet- que pueden llegar a incomodar aún al más audaz, y mucho más si pretende sentarse en uno de esos bancos de acrílico colocado geométricamente en el medio de un gran playón de cemento frente a enormes construcciones de vidrio a través de los cuáles todo se puede ver, pero distante, como en una pantalla, sin que el que está adentro cruce palabra o comparta algún sentimiento con su vecino externo”.

Hannah Arendt advierte en su libro citado: “Bajo las circunstancias modernas, esta carencia de relación “objetiva” con los otros y de realidad garantizada mediante ellos, se ha convertido en el fenómeno de masas de soledad donde ha adquirido, su forma más extrema y anti humana. 

6. Las posibilidades que quedan


¿Qué puede hacer el hombre ante semejante panorama? Más allá del rígido esquema individualista al que nos somete la sociedad civil, tenemos dos posibilidades: la primera es sumarnos al contradictorio sistema y vivir la libertad entendida en términos individualistas, allí donde queden “espacios" o, la segunda, buscar ámbitos en donde poder desarrollar relaciones humanas íntegras.

En el primer caso, la persona cuando y donde se lo permitan profundizará la vocación individualista moderna de “hacer lo que cada uno quiera”, aunque tal actitud lo lleve finalmente a una situación de mayor soledad y mayor infelicidad. Como señala Simmel:

“Esto conduce a la individualización espiritual en sentido estricto de los atributos anímicos, a la que la ciudad da ocasión en relación a su tamaño. Una serie de causas saltan a la vista, en primer lugar, la dificultad para hacer valer la propia personalidad en la dimensión de la vida urbana. Allí donde el crecimiento cuantitativo de significación y energía llega a su límite, se acude a la singularidad cualitativa para así, por estimulación de la sensibilidad de la diferencia, ganar por sí, de algún modo, la consciencia del círculo social: lo que entonces conduce finalmente a las rarezas más tendenciosas, a las extravagancias específicamente urbanitas del ser-especial, del capricho, del preciosismo, cuyo sentido no residen en modo alguno en los contenidos de tales conductas, sino sólo en su forma de ser-diferentes, de destacar-se y, de este modo, hacerse-notar; para muchas naturalezas, al fin y al cabo, el único medio, por el rodeo sobre la consciencia del otro de salvar para sí alguna autoestimación y la consciencia de ocupar un sitio”.

Es la opción por el relativismo que, al ser la elección mayoritaria de los actuales habitantes de las grandes ciudades, produce ese gran defecto contemporáneo que es la anomia social; es decir, la pérdida de un nomos; de reglas de orientación de las conductas.

Lo paradójico en esta opción es que, a pesar de que la mayor parte de los comportamientos están rígidamente establecidos, hay una ausencia total de normas morales a las cuales el hombre integralmente concebido pueda aferrarse para conducirse en su relación con el todo: con la trascendencia, con sus semejantes y con el mundo que lo rodea.

En la segunda opción, en cambio, el hombre decide someterse no ya a rígidas reglas creadas por las estructuras, a los efectos de lograr seguridad y previsibilidad, sino a las reglas éticas propias de una relación en la que dos o más personas van a respetarse en sus diferencias, pero manifiestan el firme compromiso de compartir un destino común.

Esta elección no es absoluta y definitiva aunque existen personas que toman una decisión radical al respecto. Pero la mayoría de los “mortales” nos inclinamos por una o por otra actitud según el caso, las circunstancias, las personas con las que vamos a compartir ciertas actividades y otras miles de razones y sinrazones... Cuando elegimos con determinadas personas y grupos la segunda opción hemos abierto las puertas para desarrollar “relaciones comunitarias”. El ámbito puede ser cualquiera, mientras exista una predisposición en tal sentido.

Un ejemplo superficial puede ayudarnos a comprender: en una oficina pública dos empleados cumplen sus funciones; uno es jefe del otro aunque ambos pertenecen a un departamento que tiene a su vez un director. Uno y otro pueden cumplir con las obligaciones establecidas en la ley o en los estatutos y mantener una relación dentro de los estrictos parámetros ordenados por esas normas. Sin embargo, en los “espacios de discrecionalidad” que quedan abiertos entre ellos, cada uno puede comportarse de manera inmoral o sin mostrar mayor predisposición para entablar amistad o, por el contrario, cooperar aunque la acción exceda el marco requerido. Pueden trabajar juntos inclusive, sin saber nada del otro más allá de lo estrictamente profesional; sin compartir nada que no sea trabajo. Por el contrario, pueden superar la relación laboral básica con una relación de amistad o de compañerismo que termine “abriendo los corazones” de cada uno para con el otro y compartir así toda su persona, incluso su intimidad.

Ya la actitud de predisposición a una relación comunitaria es superior o mejor para el individuo que la mantiene, que una cerrazón al compromiso. Es decir, nos hará mejores personas y promoverá nuestro propio bien una conducta inspirada por una actitud amistosa, aunque no recibamos la respuesta esperada de parte de nuestros interlocutores. Hay que aclarar, empero, que para hablar de una relación comunitaria se requieren al menos dos personas que mantengan esa actitud y la hayan manifestado con resultados positivos.