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10. ¿QUÉ ES LO COMUNITARIO?








Parece necesario dedicar una reflexión particular a profundizar en las características de lo comunitario, ya que es una de las novedades fundamentales del trabajo. En efecto, el propósito de los últimos capítulos fue una invitación a los diversos dirigentes de grupos comunitarios y también a sus miembros a interactuar en el ámbito de lo político, conjuntamente con los dirigentes sociales, en una nueva dimensión que “destraba”, por decirlo así, la estructura política. Esa nueva dimensión es el ámbito de posibilidad.

Podríamos preguntarnos sin embargo -con un juego de palabras-: ¿Tiene posibilidades la interacción? En un mundo individualista -con estructuras individualistas y “personas” individualistas- la idea de una interacción política voluntaria con el entorno social y comunitario no deja de suscitar cierta incomodidad o perplejidad. No todos están dispuestos a sentarse a una posible mesa de deliberación y ponerse de acuerdo sin saber quién es -ni cuáles son sus antecedentes ni sus ideas- y sin tener un marco legal que establezca claramente las competencias y las “posibilidades” de ese diálogo. Por mucho “bien común” que pueda surgir de las deliberaciones la ausencia de “garantías individualistas” genera una gran inseguridad y tememos que se vean condicionados nuestros derechos y se perjudiquen nuestros intereses.

Es esta realidad de desconfianza social, producida por innumerables causas históricas, sociológicas, psicológicas, la que debe movilizarnos en busca de ámbitos sociales en los cuales todavía encontremos canales abiertos de comunicación interpersonal e intergrupal. Ambitos donde podamos generar una nueva base de legitimidad política, además de -y esto es lo más importante- una política eficaz dirigida al bien común.

En las sociedades contemporáneas, los únicos ámbitos que mantienen estas condiciones son los grupos comunitarios. Ellos han resistido estoicamente los excesos de la modernidad y aunque debilitados, todavía guardan una gran fortaleza.

1. ¿Qué es la comunidad?


Cuando hablamos de comunidad, no endiosamos un ente superior o independiente a los individuos que la conforman. Tampoco hacemos referencia a un ámbito que sea diferente del marco social. En verdad, hemos rescatado el concepto de “comunidad” con afán teórico, para destacar en las relaciones interpersonales no sólo aquellos vínculos racionales y utilitarios, sino también aquellos “lazos fuertes” que se establecen a nivel incluso sentimental; es decir en un plano que supera el estrictamente racional y consciente para integrarse en una dimensión vital mucho más profunda y en algunos aspectos inexplicable.

En la idea de comunidad confluyen, a su vez, otros conceptos igual de enigmáticos como es el de “patria” y el concepto de “nación”. Uno y otro se suman para configurar la idea de un grupo de personas reunidas por un pasado común -asumido como tal- y encaminadas hacia un fin común también asumido como tal.

Ferdinand Tönnies es uno de los autores pioneros en realizar una diferenciación sistemática entre comunidad y sociedad. Para hacerlo el pensador alemán se apoya en una distinción teórica entre dos tipos de voluntades. “La voluntad en la primera de las formas es la voluntad esencial o natural (wesenwille), bajo la forma segunda es una voluntad arbitraria, instrumental o racional (Kürwille)”.  Más adelante concluye: “La comunidad es así, la personalidad de las voluntades naturales unidas, y la asociación -léase sociedad- la de las voluntades racionales unidas.” En su libro Comunidad y asociación resume:

“Toda convivencia íntima, privada, excluidora, suele entenderse, según vemos como vida en comunidad. Sociedad significa vida pública, el mundo mismo...En la comunidad permanecen unidos a pesar de todos los factores tendientes a separarlos, mientras que en la sociedad permanecen esencialmente separados a pesar de todos los factores tendientes a su unificación”.
                                        
George Simmel, sin embargo, cuando reflexiona sobre “las grandes urbes y la vida del espíritu” parece invertir la distinción y manifiesta que la individualidad sólo se da en la comunidad -en la pequeña ciudad- y en cambio, en el ámbito de lo social los hombres nos vemos obligados por pautas sociales, roles y status que, en cierta medida, impiden una voluntad libre. En palabras de Max Weber, en la sociedad, los hombres estamos encerrados por una “jaula de hierro”.

“Todas las relaciones anímicas entre personas se fundamentan en su individualidad, mientras que las relaciones conforme el entendimiento calculan con los hombres como con números, como con elementos en sí diferentes que sólo tienen interés por su prestación objetivamente sopesable; al igual que el urbanita calcula con sus proveedores y sus clientes, sus sirvientes y bastante a menudo con las personas de su círculo social, en contraposición con el carácter del círculo más pequeño, en el que el inevitable conocimiento de las individualidades produce del mismo modo inevitablemente una colaboración del comportamiento plena de sentimiento, un más allá de sopesar objetivo de prestación y contraprestación”.

Ambas perspectivas, nos enriquecen y nos estimulan a adentrarnos al concepto de lo comunitario.

2. Nuestra visión de la comunidad


Para comprender nuestra noción de comunidad es necesario consignar primero, con Leonrardo Polo, que “la sociedad no es consistente a priori” sino que más bien “su consistencia es ética y la vigencia social de la ética no es un dato, sino un problema y por tanto, una tarea”.

Esto no contradice la adhesión a la tesis aristotélica sobre la naturalidad de la sociedad, puesto que ya quedó debidamente asentado que la afirmación de una base natural no impide confirmar la necesidad de un desarrollo cultural. Dicho desarrollo, en el fondo, es el desarrollo de su naturaleza potencial. Como ilustra Ortega y Gasset: “El tigre es siempre tigre, el hombre puede deshumanizarse”

La comunidad tanto como lo sociedad existe sólo en el momento en el que sus integrantes se deciden a entablar relaciones, no pasajeras, sino permanentes. La condición previa de tal desarrollo es un reconocimiento por parte de los miembros de la sociedad del carácter personal de los demás: ver en las otras personas, realmente a personas (valga la redundancia), es decir, seres humanos que comparten con uno la misma dignidad humana, con todo lo que ello implica.

Este reconocimiento del “prójimo”, exige primero una inquietud espiritual interior que nos mueva a un juicio de reconocimiento. El proceso espiritual excede ampliamente los criterios utilitaristas que pudieron haber sostenido algunos pensadores como Hume, Adam Smith, Bentham o John Stuart Mill. Aunque no sea el momento de desarrollar el concepto, podemos consignar que dicho proceso espiritual es imposible, sin la inspiración y el impulso determinante de la trascendencia.

 De este modo sostenemos un concepto de comunidad que es armónico con la importancia de la individualidad, aunque -vale decirlo- no es una individualidad cerrada en sí misma, sino, por el contrario, abierta hacia los demás.

Sin embargo, el reconocimiento personal de los demás seres humanos que conviven con uno, no alcanza para conformar una comunidad. Esto porque falta aún el reconocimiento de un origen común y de un destino común. Un japonés, un italiano, un peruano y un ruandés sentados en la misma sala de espera de un aeropuerto internacional no conforman una comunidad. Por muy respetuosos que sean de las identidades culturales de los demás; incluso por muy afables y predispuestos que puedan mostrarse para llevar adelante tal situación, no tenemos una conexión de sentido de la envergadura de una comunidad.

Ensayemos un ejercicio filosófico -agradezco al Profesor Edmundo Jelonch por esta idea- para analizar la comunidad a través de la categorización de las causas hecha por Aristóteles. ¿Cuál es la causa material de una comunidad? Sin duda es el conjunto de habitantes de una región determinada. Sobre esto podría decirse mucho, pero no hace al objetivo de la reflexión. ¿Cuál es su causa eficiente? Aquí se inserta el concepto de patria -el lugar donde nacieron, vivieron y murieron nuestros padres- y todo el componente histórico que sirve de basamento a la integración comunitaria. Podríamos incluso si somos creyentes, hablar de una decisión divina de crear ese pueblo, en particular para cumplir con una misión en el plan de salvación, pero no entraremos aquí en cuestiones teológicas.

¿Cuál es su causa final? Con respecto a esta pregunta debemos distinguir dos fines: uno interno que hace a la plena realización de sus miembros, plena realización porque sólo en comunidad el hombre alcanza tal dimensión y otro externo que hace referencia al aporte que ese pueblo está llamado a hacer en el contexto de las comunidades. En este sentido la comunidad puede convertirse en una nación.

Ahora bien: ¿Cuál es la causa formal de la comunidad? García Morente en sus Lecciones preliminares de filosofía caracterizaba la causa formal planteada por Aristóteles del siguiente modo: “La causa formal es la idea de la cosa, la idea de la esencia de la cosa, la idea de lo que la cosa es, que antes que la cosa sea, está ya en la mente del artífice” ¿Cuál es la esencia de una comunidad? Cuestión tan complicada no puede ser respondida -gracias a Dios- de una vez y para siempre. Depende de lo que cada comunidad sea y quiera ser y pueda ser, y depende mucho también del “artífice”.

Llegamos a donde queríamos: una comunidad no puede ser tal, sin un proyecto político y sin uno o varios  “artífices” responsables de dirigirlo, y de realizarlo. De este modo rechazamos cualquier teoría que pretenda anteponer la comunidad, la nación, la patria a lo político. No está antes, ni después; simplemente porque no existe una verdadera comunidad, si el conjunto de personas no asume un proyecto político.

La cuestión, empero, no es tan sencilla. La reflexión que acabamos de realizar es lógica y filosóficamente correcta. Sin embargo cuando observamos el desarrollo histórico de una comunidad política ya no podemos distinguir entre su momento inicial, la influencia del factor político y la que tiene el elemento cultural que hace a la identidad de esa comunidad.

 Con esto quiero significar que una vez iniciado el camino de un pueblo -por llamar así a un conjunto de habitantes hechos comunidad por su organización política- ni la política, ni la cultura puede arrogarse el privilegio de establecer el rumbo. Necesariamente deberán mantener una interacción y en determinados momentos soportar cierta tensión. Lo político generalmente demandará transformaciones y superación. La cultura comunitaria cuidará -con su espíritu más bien conservador- de que no se produzcan cambios bruscos que puedan romper la armonía comunitaria.

3. ¿Existe una comunidad?


El análisis que hicimos de la comunidad puede llevar a más de uno a preguntar: ¿Realmente existe alguna comunidad que cumpla todos estos requisitos? A todos ellos voy a agradecer la pregunta porque allanan el camino para sentar una “tesis fuerte”.

En verdad son contadas con los dedos de las manos las comunidades que hoy en día cumplen con los requisitos para ser tales. Pueden existir grandes conjuntos comunitarios, pero pocos de ellos coinciden con una organización política que les permita encauzar la energía multiplicada que producen las relaciones comunitarias.

En países como Estados Unidos existen comunidades raciales o religiosas, pero en verdad no son tales, porque no se corresponden con un proyecto político y una organización política. En nuestro país también hay ejemplos, pero tienen la misma falencia.

Al parecer, entonces, la comunidad como tal no es un presupuesto de las organizaciones políticas sino más bien un propósito final de las mismas. Aquel régimen político que pueda consolidar una comunidad cumplirá con uno de sus objetivos más excelsos. Mientras tanto, lo que existe es un conjunto de pequeñas organizaciones comunitarias que en muchos casos, pueden convivir en un mismo orden político y en algunos otros mantienen posturas irreconciliables con los demás grupos.

La inexistencia o, como en el caso de nuestros países, la debilidad de la comunidad política nos mueve a negar cualquier proyecto que trate de subordinar lo político a los supuestos dictados de la comunidad. En este sentido coincido con Alain Touraine cuando arremete contra la supuesta comunidad:
           
Es inútil volver aquí a la oposición clásica de la comunidad y la sociedad , elaborada por Tönnies y reinterpretada por Louis Dumont como la oposición entre sociedades holistas e individualistas puesto que ya casi no conocemos comunidades ‘tradicionales’. En cambio, puede hablarse de comunitarización cuando un movimiento cultural, o más corrientemente una fuerza política, crean, de manera voluntarista, una comunidad a través de la eliminación de quienes pertenecen a otra cultura u otra sociedad, o no aceptan el poder de la elite gobernante.”

La verdadera comunidad es una comunidad política y como tal debe cumplir con todos los requisitos que hemos ido desarrollando a lo largo de las reflexiones. Debe aceptar por ejemplo, la diferencia, porque lo político se sustenta en el pluralismo, aunque su régimen político no debe estructurarse sobre la base de la diferencia, sino más bien sobre la base de la coincidencia.

Nuestro concepto de comunidad, en definitiva, dista mucho de aquel que pergeñan algunas mentalidades conservadoras o reaccionarias, que pretenden abolir la libertad personal en atención a un proyecto establecido “por la comunidad”. De seguro no hará falta mayor examen para descubrir que tal proyecto en verdad no beneficia a todos, sino sólo a un grupo dentro de esa “comunidad”.

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