5ta Entrega

3. EMPECEMOS POR EL PRINCIPIO



     En el principio de la política está el hombre, es decir nosotros (vos y yo). ¿Qué es el hombre? Y sobre todo ¿Qué rol juega la política en la realización del hombre? La pregunta no es menor, porque de la concepción antropológica, dependerá la concepción política.

     En esta ventaja histórica que nos da el hecho de vivir en el siglo XXI, podemos darnos el lujo de invitar a los grandes autores a un debate público sobre el hombre como fundamento de la política. Es el beneficio de ser posmodernos.

     En sus cinco minutos iniciales, Aristóteles marca el criterio que inspiró a los pensadores clásicos durante más de veinte siglos: “La Polis es una de las cosas naturales, y el hombre es por naturaleza un animal político... Si hay algún hombre que no sea civil, a causa de la naturaleza, o es un inútil, porque esto acontece por la corrupción de la naturaleza humana, o es mal hombre, o más que hombre”.

     Sin embargo, Hobbes, marca el contrapunto:

“Hallamos en la naturaleza del hombre tres causas principales de discordia. Primera, la competencia; segunda, la desconfianza; tercera: la gloria. La primera causa impulsa a los hombres a atacarse para lograr un beneficio; la segunda, para lograr seguridad; la tercera para ganar reputación. La primera hace uso de la violencia para convertirse en dueña de las personas, mujeres, niños y ganados de otros hombres; la segunda para defenderlos; la tercera, recurre a la fuerza por motivos insignificantes, como una palabra, una sonrisa, una opinión distinta, como cualquier otro signo de subestimación, ya sea directamente en sus personas o de modo indirecto en su descendencia, en sus amigos, en su nación, en su profesión o en su apellido. Con todo ello es manifiesto que durante el tiempo en que los hombres viven sin un poder común que los atemorice a todos, se hallan en la condición o estado que se denomina guerra; una guerra tal que es la de todos contra todos”.

De la visión aristotélica se fundamenta una teoría finalista, es decir que entiende que la política tiene un fin, que es el bien común. “El buen vivir es, según Aristóteles, el fin principal de la ciudad o del régimen, tanto de todos en común como aisladamente”.

¿Qué es el bien común? Juan XXIII, el Papa bueno, sugiere que el bien común “abarca el conjunto de condiciones sociales que permiten a los ciudadanos el desarrollo consciente y pleno de su propia perfección”.

Sin embargo, como señala John Gray, “los postulados de Hobbes, acerca de la condición humana -su aseveración de que cada hombre actúa siempre en función de su propio beneficio, su creencia de que los hombres tienden por fuerza a evitar la muerte violenta como el mayor de los males, y su insistencia en que la mayoría de las cosas buenas en la vida son inherentemente escasas-, lo llevan a rechazar de forma contundente las nociones clásicas del bien o fin supremo de la vida humana, así como el lugar que había ocupado en la filosofía social la concepción clásica del bien común”.

     ¿Qué criterio vamos a utilizar para "salvar a la política"? Uno tiene a la convivencia política como una solución que el hombre acepta naturalmente y que lo ayuda a realizarse. El otro asume lo político como un acuerdo "porque no hay más remedio" y para evitar las consecuencias de la naturaleza humana. Uno se atreve a marcar como fin de lo político la consecución del bien común, que es la base del bien individual. El otro, limita la potencialidad de lo político a estrictos parámetros de justicia.

     Comienza a regir nuestro compromiso de ser prudentes y de escuchar "todas las campanas", antes de tomar una decisión.

1. La visión clásica

¿Qué significa que el hombre sea -por naturaleza- un animal político? En primer lugar que necesita, para sobrevivir y para su realización, de otras personas; de la comunidad. El individualismo es, en este primer sentido, una ficción, un imposible, que no da cuenta de la experiencia sensible.

Es un dato incontestable de la realidad que los hombres nacemos ya en un entorno social, del cual depende nuestra supervivencia en los primeros años en forma intensa, pero también a lo largo de nuestra vida; y no sólo en el marco de la familia, sino también en el de la comunidad. Es evidente también que el proceso de socialización nos configura culturalmente en un grado superlativo. Construir una teoría política que parta de una negación de estos supuestos o que los subestime parece un error grosero.

Un profesor -Carlos Alvarez Tejeiro- decía que "todas las mañanas se miraba el ombligo, como única marca que le quedaba en el cuerpo, para recordarle que dependió de su madre y de todos los seres queridos para ser quien es. ¿Cómo explicar entonces la arrogancia individualista?

Sin embargo Aristóteles, con su “zoon politikon”, quiso ir mucho más allá de la simple sociabilidad humana. Ser político no significa únicamente la capacidad de relacionarse con los demás y la necesidad de hacerlo, sino además la capacidad de organizarse políticamente con ellos en atención a un fin común.

En un segundo sentido, entonces, la vocación política natural del hombre supone, no sólo una tendencia a la sociabilidad, a necesitar de los demás, sino también una natural tendencia a aceptar una organización política para un mejor vivir: compartir metas políticas, establecer medios y respetarlos en una convivencia armónica.

Los hombres no se reúnen y se organizan en una estructura política sólo por interés o por placer, sino también porque su misma esencia los convoca a vivir organizadamente con sus próximos y en general con todos los hombres. Hay una predisposición de cualquier humano en cuanto tal, a sumarse a una organización política y aceptar sus aparentes limitaciones en atención a fines superiores.

Este segundo sentido hace de la política un atributo verdaderamente humano. Signos de sociabilidad muestran muchas especies animales, aunque podamos discutir cuál es la denominación adecuada de sus formas de convivencia (puede que sociabilidad no sea un término correcto en sentido estricto). Pero sólo el hombre muestra la aptitud y la necesidad de vivir en un entorno político desde el momento que nace y hasta que muere.

Por tal motivo, Santo Tomás no duda en afirmar que, aún en el paraíso, aunque el hombre no hubiera sucumbido al pecado original, hubiera necesitado de todos modos de una organización política. Bajo esta óptica, el pensador, en su Opúsculo sobre el gobierno de los príncipes, marca como objetivos del gobernante no sólo la convivencia pacífica, sino también la búsqueda del bien.

"El rey debe dirigir sus cuidados especialmente a que la sociedad dirigida por él viva rectamente... y para que la sociedad viva rectamente se requieren tres cosas:  primera que viva en paz, segunda que la sociedad unida con el vínculo de la paz dirija sus esfuerzos a obrar bien, tercera, que el gobernante tenga cuidado de que haya suficiente abundancia de todo lo necesario para la vida”

2. La visión moderna

Con Hobbes, el pensamiento moderno -¿y nosotros mismos?- ponemos en duda la "naturalidad" de nuestra vocación como seres humanos de vivir organizados políticamente y nuestra capacidad de buscar un bien común. Bajo esta óptica vemos al hombre en su faz política más como un ser egoísta que como un ser sociable y desinteresado, capaz de convivir en un ámbito, no sólo ordenado, sino también armónico de convivencia.

La noción individualista del hombre fue un proceso vinculado a la liberación del hombre de los rígidos moldes del antiguo régimen de la edad media. Sin embargo, esta liberación se forjó sobre una concepción del hombre en la que, un exceso de racionalidad cartesiana, nos obligó a ser superficiales.

 La concepción moderna del hombre es el fruto de una paulatina reducción de la realidad y de la potencialidad de la naturaleza humana, por una necesidad de “rigor científico” importado de las ciencias naturales. Por influencia del método newtoniano los pensadores modernos quisieron explicar la esencia humana de un modo que fuera coherente y sistemático y que se subordinara a un criterio único.

Primero extirparon al hombre de su entorno cosmológico. Es decir lo separaron de su relación con el mundo, con los demás y con lo trascendente. De esta manera lo liberaron de las ataduras del argumento de autoridad, utilizado por la Iglesia durante tantos siglos. Sin embargo, como consecuencia negativa, separaron de tal manera Fe y Razón que le impidieron proyectar al ámbito de lo político una parte constitutiva de su ser.

Luego diseccionaron diferentes partes de su cuerpo, de su espíritu y de su alma, para finalmente hacer que prevaleciera uno de estos aspectos como el determinante de su naturaleza o de su conducta.

En verdad es larga la lista de científicos que ayudaron, consciente o inconscientemente, a construir esta concepción individualista del hombre. En definitiva es la rica y larga historia de la modernidad.

Hobbes dispone la piedra angular en el pensamiento político moderno para la recepción del individualismo. “El hombre es el lobo del hombre” y sólo un poder absoluto en el que todas las personas deleguen su autoridad podrá mantener una vida civilizada en sociedad.

John Locke matiza esa primera descripción, para salvaguardar la libertad individual. “Los hombres no renunciarían a la libertad del estado de naturaleza para entrar en la Sociedad, de no ser para salvaguardar sus vidas, libertades y bienes”.

El pensador inglés le ha quitado el dramatismo hobbesiano a la naturaleza humana pero ha seguido la línea de pensar que el hombre no es por naturaleza político, sino por conveniencia, lo que lo lleva a consensuar la existencia de una autoridad con poderes limitados.

“Siendo los hombres libres e iguales e independientes por naturaleza, según  hemos dicho ya, nadie puede salir de este estado y verse sometido al poder político de otro, a menos que medie su propio consentimiento. La única manera por la que uno renuncia a su libertad natural y se sitúa  bajo los límites de la sociedad civil es alcanzando un acuerdo con otros hombres para reunirse y vivir en comunidad”.

De esta manera ha dado un fin más concreto a la delegación de poder en un sistema individualista. Locke parece decir: en verdad no somos tan malos y podemos convivir libremente disfrutando de nuestras propiedades. Sólo necesitamos de lo político para contener a los inadaptados.  La base de lo político es la propiedad privada: lo mío.

Es Adam Smith, quien un siglo después incorpora un nuevo elemento a la concepción individualista, al justificar el egoísmo como una virtud positiva de consecuencias positivas para la sociedad. De esta manera el individualismo comienza a configurarse como una ideología del bien común y de la realización personal.

La justificación parte de un principio unitario para explicar el comportamiento humano: el principio de simpatía; la necesidad de aceptación social que equilibra al hombre y también a la sociedad. Smith explica su principio socializador en estos términos:

“La naturaleza, cuando configuró al hombre para la sociedad, lo dotó de un deseo original de agradar y una aversión original a ofender a sus hermanos. Ella le enseñó a sentir placer en su juicio aprobatorio y dolor en los desaprobatorios”.

El principio es débil, pero le pareció suficientemente válido como para sostener: “Es evidente, que estos dos sentimientos (simpatía del agente y del espectador) mantienen una correspondencia mutua, suficiente para conservar la armonía en la sociedad. Aunque jamás serán unísonos, pueden ser concordantes y esto es todo lo que hace falta y se requiere.”

De una visión del hombre llegamos así a una concepción política. El pensador de la ilustración escocesa se atreve a dejar el devenir de lo político al cuidado de “la mano invisible” porque tiene confianza en el funcionamiento de la sociedad como si fuera una maquinaria afinada.

“(Los ricos) están guiados por una mano invisible para realizar casi la misma distribución de las necesidades de la vida, de las que se podría haberse realizado si la tierra hubiera sido dividida en proporciones equitativas; sin intentarlo, sin saberlo, el rico procura los intereses de la sociedad y provee los medios para la multiplicación de la especie”.

Jeremy Bentham, en el siglo XIX, va más allá del utilitarismo escocés y asienta las bases de un utilitarismo democrático. Bentham inicia su obra más conocida, Introducción a los principios de la moral y la legislación, con las siguientes palabras:

“La naturaleza ha colocado a la Humanidad bajo el gobierno de dos dueños soberanos, el dolor y el placer. Sólo a ellos corresponde señalar lo que debemos hacer así como determinar lo que haremos. Aferradas a su trono, se hallan, por una parte, la norma de lo justo y por la otra la cadena de causas y efectos. Nos gobiernan en lo que hacemos, en lo que decimos, en lo que pensamos, todo esfuerzo que hagamos para librarnos de su sujeción sólo servirá para demostrarlo y confirmarlo. (...) El principio de utilidad reconoce esta sujeción y la considera como el fundamento de este sistema, el objeto del cual es alzar la fábrica de la felicidad con las manos de la razón y de la ley. Los sistemas que tratan de ponerlo en tela de juicio se refieren a palabras sin significado en vez de dirigirse a los sentidos, al capricho en lugar de la razón, a la oscuridad en vez de la luz”.

De una antropología llegamos a una filosofía política. El padre del utilitarismo sentencia: hay que gobernar tratando de lograr la felicidad para el mayor número de personas. Y la felicidad estará dada por lo que la mayoría determina sobre el placer y el dolor.

Ya en el siglo XIX podemos citar a John Stuart Mill, que hace del individualismo casi una religión en la que él cree fervientemente, como herramienta para que las personas asuman su plena libertad.

Revisemos su concepción antropológica:

“Personas diferentes requieren también diferentes condiciones para su desenvolvimiento espiritual; y no pueden vivir saludablemente en las mismas condiciones morales (...) Las mismas cosas que ayudan a una persona en el cultivo de su naturaleza superior son obstáculos para otra. La misma manera de vivir excita a uno saludablemente, poniendo en el mejor orden todas sus facultades de acción y goce, mientras para otro es una carga abrumadora que suspende o aniquila toda la vida interior. Son tales las diferencias entre seres humanos en sus placeres y dolores, y en la mera de sentir la acción de las diferentes influencias físicas y morales, que si no existe una diversidad correspondiente en sus modos de vivir ni pueden obtener toda su parte en la felicidad ni llegar a la altura mental, moral y estética de que su naturaleza es capaz”.

De allí, Mill extrae su concepción política liberal: "Este principio consiste en afirmar que el único fin por el cual es justificable que la humanidad, individual o colectivamente, se entrometa en la libertad de acción de uno cualquiera de sus miembros, es la propia protección. Que la única finalidad por la cual el poder puede, con pleno derecho, ser ejercido sobre un miembro de una comunidad civilizada contra su voluntad, es evitar que perjudique a los demás. Su propio bien, físico o moral, no es justificación suficiente. Nadie puede ser obligado justificadamente a realizar o no realizar determinados actos, porque eso fuera mejor para él, porque le haría más feliz, porque, en opinión de los demás hacerlo sería más acertado o más justo. Estas son buenas razones para discutir, razonar y persuadirle, pero no para obligarle o causarle algún perjuicio si obra de manera diferente".

El final de esta "breve historia de las ideas políticas modernas" está dado por la pregunta con la que inicia su reflexión política uno de los más célebres autores liberales del siglo XX, John Rawls:

“¿Cómo es posible que pueda persistir en el tiempo una sociedad estable y justa de ciudadanos libres e iguales que aparecen divididos por doctrinas religiosas, filosóficas y morales razonables pero incompatibles?”

En definitiva, lo que en un momento producía el individualismo, que era expectativa como herramienta de orden y progreso social, ahora, luego de una experiencia de más de cinco siglos, se nos muestra como un problema de difícil solución. ¿Podremos vivir juntos? -el título de uno de los libros de Alain Touraine- sigue desafiándonos en su respuesta.

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