6ta Entrega

3. Visión integral del ser humano

Advirtamos la diferencia entre una visión integral y la concepción individualista; autores que apoyaron toda su concepción política en un aspecto específico del hombre sin comprenderlo en su totalidad. No hay que subestimar sus reflexiones que, en la mayoría de los casos han enriquecido y han sido determinantes en esta tarea de conocer al hombre, pero sí hay que tener presente su parcialidad. Son visiones fragmentadas del hombre.

Cuando Descartes descubre lo inmanente del hombre “cogito ergo sum”, Maquiavelo su “deseo de gloria”, Hobbes su carácter egoísta, Hume o Bentham el utilitarismo de sus decisiones y Freud la relevancia del subconsciente en su conducta, cada uno realiza un aporte fundamental en la comprensión de este ser paradójico que somos todos, por ser hombres y por ser “nosotros”. Pero absolutizar una dimensión humana en desmedro de otras, es una apreciación incorrecta de lo que verdaderamente somos: seres pluridimensionales, que a la vez logramos alcanzar una cierta distancia de cada una de las dimensiones que componen nuestra esencia.

No somos únicamente personajes egoístas y violentos, ni tampoco sólo caritativos y sociales. Ni pura razón, ni sólo voluntad; ni absolutamente libres, porque cargamos con las necesidades de nuestro cuerpo, ni un espíritu que transitoriamente rellena una materia. Somos seres absolutos pero también limitados por algunas dimensiones, finitos.

Ser absoluto y no finito es lo propio de Dios, finito y no absoluto es la característica de los seres naturales. Pero el hombre, he allí la verdadera paradoja humana, es absoluto pero también limitado y finito.

Es necesario, entonces, tener en cuenta los aportes de estos científicos. Pero, perdón por la insistencia, una teoría política verdadera debe superar esos planteos parciales para ser armónica con un todo-hombre. Un ser humano integral, que puede ser analizado, pero que a la vez exige síntesis.

Vale la pena extraer un pensamiento de Hermann Heller que podría resumir nuestra vocación:

“Hay que partir pues, de esta vida real del hombre para comprender la estructura y funciones peculiares del Estado y de las demás formas de acción humana. Pero si no se quiere tener una falsa imagen de la realidad personal y social no se debe convertir a una función vital en sustancia haciendo de las demás meras funciones de ella. La vida real del hombre debe ser comprendida en su total existencia, corporal, psíquica y espiritual, en la unidad total de las funciones de su vida, tanto sexuales, técnico-económicas, pedagógicas o políticas como religiosas artísticas o de otra clase. Pues de todas estas actividades voluntarias internas y externas se compone la realidad del hombre, que aunque presenta grandes variaciones a través de la historia, su anatomía existencial no puede ser nunca estudiada a través de las unilateralidades y degeneraciones de su patología”.

Bajo esta óptica podemos asegurar que la politicidad es natural a los seres humanos. Sin embargo esta cualidad esencial no determina “automáticamente” a los hombres en sus relaciones con los demás. Con palabras del pensador español Leonardo Polo, se puede afirmar que:

“La sistematicidad social es inseparable del crecimiento sistémico del hombre, con el que guarda una conexión de fundamentación. Por tanto, también la consistencia social depende de la libertad y no está enteramente garantizada: no es estática, no está dada”

En términos más sencillos: la naturaleza inspira al hombre a la sociabilidad y a la politicidad como la conciencia inspira a hacer el bien, pero queda en él, la decisión de que la comunión se realice en plenitud o, por el contrario, que se frustre o se desarrolle al mínimo en forma “antinatural”.

Como señala Erich Fromm: “No le ha sido dada la humanidad al hombre de la misma manera que le ha sido dada la animalidad al animal; porque la animalidad le ha sido dada al animal en forma terminativa y acabada, en cambio la humanidad le ha sido dada al hombre en forma principiativa o germinativa. El animal no tiene que hacerse animal, pero el hombre tiene que hacerse hombre”.

4. Diferencias entre la visión clásica y la moderna


El liberalismo moderno renunció al desafío de alcanzar el bien común espantado por las acciones totalitarias que había justificado este propósito a lo largo de la historia. El pluralismo social -valor político de importancia creciente- exigió y exige hoy, un ámbito político que evite interferir en las conductas de sus miembros, salvo en aquellos casos en que esa conducta afecte el ámbito de libertad individual de los demás. Como señala Alasdair Macintyre:

“Por descontado, en el planteamiento de la relación entre el carácter moral y la comunidad política hay una diferencia fundamental entre el punto de vista de la modernidad individualista liberal y la tradición antigua y medieval de las virtudes. Para el individualismo liberal, la comunidad es sólo el terreno donde cada individuo persigue el concepto de buen vivir que ha elegido por sí mismo, y las instituciones políticas sólo existen para proveer el orden que hace posible esta actividad autónoma. El gobierno y la ley son, o deben ser, neutrales entre las concepciones rivales del buen vivir, y por ello, aunque sea tarea del gobierno promover la obediencia a la ley, según la opinión liberal no es parte de la función legítima del gobierno el inculcar ninguna perspectiva moral. En cambio según la opinión antigua y medieval que he esbozado, la comunidad política no sólo exige el ejercicio de las virtudes para su propio mantenimiento, sino que una de las obligaciones de la autoridad es educar a los niños para que lleguen a ser adultos virtuosos”

La modernidad, por tanto, desplazó las ideas clásicas que se interrogaban acerca del régimen óptimo por una reflexión más instrumental, por decirlo de alguna manera. En el régimen óptimo, justicia y bien encontraban la unidad, pero ahora es la justicia la que debe ser garantizada y a través de ella la libertad privada. El bien se logra, finalmente, por la libre interacción de los individuos.

Este aborto del bien como fin de la polis, sin embargo, no está exento de contradicciones. En el inicio, la pregunta obligada: ¿Cómo alcanzar un criterio de justicia que no haga referencia a un criterio objetivo de lo bueno y lo malo?

Desde esa pregunta inicial a esta otra: “¿Pueden los gobiernos renunciar a la vocación pública de establecer cuál es la mejor clase de vida para sus ciudadanos?” se desarrolla el debate político-moral contemporáneo sobre todo entre los autores liberales y el grupo heterogéneo de autores “comunitaristas”.

No obstante, debemos ser realistas: hoy el mundo, al menos el mundo occidental, es individualista. Y cada uno de nosotros lleva el individualismo como una marca grabada a fuego en su alma. Habrá distintas posturas ideológicas respecto a lo político: más liberales, más socialistas, más de izquierda, más de derecha, pero todas parten de ese fundamento común que es el individualismo moderno. Nuevamente el pensador Macintyre resume nuestra actual situación.

“Una supuesta oposición entre individualismo y colectivismo, apareciendo cada uno en una pluralidad de formas doctrinales. Por un lado se presentan los sedicentes protagonistas de la libertad individual, por el otro los sedicentes protagonistas de la planificación y la reglamentación, de cuyos beneficios disfrutamos a través de la organización burocrática. Lo crucial, en realidad, es el punto en que las dos partes contendientes están de acuerdo a saber que tenemos abiertos sólo dos modos alternativos de vida social, uno en que son soberanas las opciones libres y arbitrarias de los individuos y otro en que la burocracia es soberana para limitar precisamente las opciones libres y arbitrarias de los individuos. En este clima de individualismo burocrático el yo emotivista tiene su espacio natural”.

Alexis de Tocqueville, hace más de un siglo, reconocía este triunfo del individualismo y sus consencuencias en forma certera: “Cada persona, retirada dentro de si misma, se comporta como si fuese un extraño al destino de todos los demás. Sus hijos y sus buenos amigos constituyen para él la totalidad de la especie humana. En cuanto a sus relaciones con sus conciudadanos, puede mezclarse entre ellos, pero no los ve; los toca pero no los siente, él existe solamente en sí mismo y para él sólo. Y si en estos términos queda en su mente algún sentido de familia, ya no persiste ningún sentido de sociedad”.

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