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9. ¿Cómo decidir y cómo construir el bien común?


     Un pensador comunitarista tiene mucho que aportar en este sentido. Me refiero a Michael Walzer y su libro Las esferas de la justicia. Walzer, a diferencia de Sandel o Macintyre, que hemos venido siguiendo en nuestras reflexiones, no está interesado en la crítica del concepto rawlsiano de persona, ni tampoco en hacer una interpretación histórico-crítica de la cultura occidental. Su visión se centra más bien en la cuestión de cuál es la metodología apropiada para abordar los problemas de la teoría política.

     La esencia de la argumentación de Walzer se resume en uno de sus párrafos:

“...bienes sociales diferentes han de distribuirse por motivos diferentes, de acuerdo con procedimientos diferentes, y todas esas diferencias derivan de las diferentes formas de entender los propios bienes sociales, que son el fruto inevitable del particularismo histórico y cultural”.

     Las ideas de este pensador inspiran, por un lado, un sensato “volver a la comunidad”, es decir, se esfuerza por demostrar que las cuestiones de bien común siempre surgen dentro de una comunidad política determinada.

     Cada comunidad crea sus propios bienes sociales, y su significado depende de la manera en que son concebidos por los miembros de esa sociedad en particular. Por el otro lado, hay una diferenciación de esferas en donde los bienes parecieran demostrar criterios íncitos a su misma esencia; criterios que no siempre pueden ser unificados en un principio general. El significado de cada bien social, para decirlo de otro modo, determina su criterio de distribución justa.

     Un ejemplo: el bien común en lo que hace a los salarios ordena establecer un criterio que se adecue a la idea de mérito: premios y castigos. Sin embargo, no es posible utilizar ese mismo criterio para la educación o para la salud pública. Allí habrá que poner mayor énfasis en los educandos con problemas y en los enfermos graves aunque su enfermedad se haya producido por imprudencia.

     No es mi intención alinearme completamente tras el pensador Walter, porque entre sus reflexiones hay ideas y razonamientos que considero errados. Sin embargo, él nos brinda una pista sobre el modo en que debemos decidir y construir el bien común.

     Es necesario admitir que el bien común se decide en cada circunstancia específica en que lo público se actualiza. Con todas esas situaciones concretas es posible ensayar una clasificación y establecer ciertos “criterios”, pero siempre debemos tener presente que son sólo pautas potencialmente modificables por la particularidad y la contingencia.

10. Los tres niveles de análisis del Bien común


     Con estas salvedades podemos diferenciar tres niveles de bien común y a la vez, lo que es el bien común como concepto sustantivo, de los bienes particulares que se presentan como comunes.

     Hay un primer nivel o dimensión en el que se identifican el bien de cada individuo con el bien general, porque hay un sustrato natural básico que es común a todas las personas. Un segundo estadio es teleológico: se configura como el objetivo a alcanzar en el ámbito de lo común, y en muchas ocasiones puede significar una limitación del supuesto bien particular. Por último, un estadio superior, que supone a los otros dos, en el que el bien común se termina identificando con la agregación de los bienes particulares.

     A su vez, en cada uno de estos estadios, se presentan para la valoración general, una serie de bienes particulares que, a pesar de tener un valor objetivo y constitutivo, se gradúan en cuanto a su importancia relativa para la comunidad. Para no confundir estos bienes con los individuales los llamaremos bienes primarios o bienes sociales. La clasificación parece sutil y compleja pero tiene importantes consecuencias.

     El primer estadio descrito es sustantivo. Es el criterio que define si hay gobierno o, por el contrario una anarquía, según cumpla con lo que hay que hacer para alcanzar ese bien común. Si en la comunidad que gobierna, la gente se muere de hambre, en sentido literal, algo está haciendo mal, porque proteger la vida de los ciudadanos es parte de su deber esencial. Otro tanto si no hay suficiente seguridad para las personas o garantías que al salir de su casa no le pegarán un tiro para robarle un reloj.

     Se incluyen aquí como podemos ver, las funciones básicas del Estado repetidas hasta el cansancio: seguridad, justicia y agrego un nivel de supervivencia mínimo que le permita a todos los ciudadanos no morirse de hambre o de enfermedad, entre otras. Se corresponde este nivel con el criterio de naturaleza que definía lo político junto a los demás criterios.

     Entran a jugar en el primer nivel los bienes primarios como se ha dicho, en su importancia relativa. La libertad es esencial para un hombre y para la comunidad. Pero si hay un ataque masivo de otro Estado sobre la población, habrá que restringir y tal vez anular la libertad en la emergencia, porque se estará atendiendo a otro bien superior en ese momento como puede ser la vida de la población.

     Ahora si, por ejemplo, mucha gente se muere de hambre y se pensara en expropiar las propiedades sobrantes de algunos para poder resolver la crítica situación, habría que analizar si eso no terminaría produciendo un caos tal que degenerara luego en una hambruna general. Si tal desorden no sucediera, cosa que dudo y más en estos días de economías globalizadas en que los flujos financieros se trasladan en cuanto ven sus capitales en riesgo, podría justificarse una decisión así de extrema en una crisis de tal envergadura.

     Los fines que se discuten en este nivel son básicos y por tanto esenciales: la supervivencia de todos los miembros de la población. Incluso deberíamos agregar “de la población presente” puesto que, en este nivel, un criterio de jerarquización ante la emergencia, obliga a preferir el bienestar presente al afianzamiento del bienestar futuro.

     Aquí rige como regla inamovible el principio de la igualdad de resultado: todos deben vivir y sobrevivir. El que quiera dar la vida por la comunidad debe hacerlo por elección y no por culpa de un “destino injusto”.   

     La complejidad del tópico, hace que exceda las posibilidades del trabajo. Hay en el trasfondo del primer estadio, un principio categórico que se fija en la dignidad humana, que es el criterio que ordena los bienes particulares en su gradación y su importancia relativa.

     Nadie puede morir de hambre, ni por falta de atención. No importa si es pobre, malo o bueno. Tampoco puede ser asesinado y, en esa línea, violado o golpeado: todas estas son prioridades categóricas que no pueden ser subordinadas a otros tópicos: no es posible argüir que no se atiende a la mujer violada porque los fondos se están dedicando por ejemplo a educar a las generaciones futuras para que no violen más. Aquí el bien superior es la supervivencia y la integridad física en el presente inmediato y sin ningún matiz que lo relativice.

     El bien común en este estadio es constitutivo a lo político, y no admite matices. Si al analizar una política se advierte que podrán morir o sufrir un detrimento real en la satisfacción de las necesidades básicas que estrictamente sustentan su supervivencia, una persona o un grupo, jamás puede justificarse tal atropello comparando con la mayor cantidad de personas que vivirán mejor o recibirán educación por ejemplo. En este nivel la relación es casi personal: el estado con cada uno de los ciudadanos. Más adelante veremos algunos casos para examinar la aplicación concreta de estas ideas.

     El segundo estadio se puede decir que es sustantivo en cuanto telos, pero en el “tránsito-hacia”, adjetiva las acciones políticas: este es un “buen” gobierno, este es un “mal” gobierno. El fin es aquel que apuntaba el papa Juan XXIII: generar el conjunto de condiciones sociales que permiten a los ciudadanos el desarrollo consciente y pleno de su propia perfección.

     Para lograr los postulados de este segundo nivel es necesario una deliberación en el ámbito de la comunidad para plantear las prioridades. Un debate de fines y de medios, que debe cuidar de ser prudente para ser integral.

     Marcar prioridades no quiere decir dejar fuera tópicos importantes aunque no prioritarios. El ejemplo que voy a dar es tal vez el más tonto, pero ilustrativo: mantener limpias las estatuas de los héroes nacionales, en el marco de la crisis que viven nuestros países seguramente no aparecerá ni siquiera en la lista de tópicos a discutir. Pero debe estar presente como un tópico que interesa a la comunidad y que, aún latente, puede servir de hito para alguna acción que la iniciativa privada o mixta pueda desarrollar.

     En este nivel, el criterio fundamental es la igualdad de oportunidades como mínimo, sin que ello signifique dejar fuera la fraternidad cuyo alcance es infinito. Aunque no lo haya explicado todavía, anticipo que en este estadio se ubica el “ámbito de la posibilidad”; concepto central en la teoría que el presente trabajo se propone construir.

     El tercer estadio queda reservado a los individuos, aunque sea de interés de toda la comunidad que cada uno pueda realizarse como es debido. Aquí sí vale la regla: que todos puedan hacer lo que deseen sin que nadie los moleste. El criterio fundamental es la libertad y en su sentido negativo, si es que algún individuo pretende llevarla a tal extremo. Hay que aclarar que este estadio tiene sus bienes particulares propios y no es residual de lo que no entre en los demás estadios. Tiene un valor ínsito y por tal debe ser respetado como si fuera un “objeto de porcelana”.

     ¿Qué papel juegan los bienes primarios en estos tres niveles? Cada comunidad crea sus propios bienes sociales, y su significado depende de la manera en que son concebidos por los miembros de esa sociedad en particular. En el primer nivel, según lo dicho, los bienes son idénticos para todos los seres humanos: vivir, alimentarse, crecer, ser querido, ser libre, etc. En el segundo nivel esos bienes se vuelven complejos puesto que se actualizan en la forma de ser y de vivir de una comunidad en un tiempo determinado. Es, por ejemplo, una libertad respecto de situaciones o personajes que en ese tiempo atentan contra ella.

     Los bienes sociales no deben identificarse con los bienes individuales queridos por todos o por la mayoría. En el catálogo se incluyen en forma prioritaria los bienes estrictamente sociales, es decir aquellos que hacen al sostén del orden social. Un ejemplo paradigmático son las “cargas públicas” que atentan muchas veces contra los deseos del indicado para cumplirla pero sostienen un bien social como puede ser la imparcialidad en un juicio, la transparencia en una votación, etc. Luego se incorporan los bienes individuales que son comunes y que son aceptados por la comunidad política como atendibles.

     ¿Qué respuesta tendrían los homosexuales al intentar incluir en la lista el bien primario de la tolerancia en una sociedad conservadora? Pareciéramos estar cayendo en “la trampa de la mayoría” que criticáramos en su momento. Es un error que la selección de bienes surja de la suma de la opinión individual de votantes que deliberan y deciden en su fuero íntimo. La deliberación debe ser hecha como comunidad y no simplemente como agregación de personas. Esa será la clave para evitar el utilitarismo, como veremos más adelante.

     La segunda advertencia es prevenir un error frecuente: la suma de los bienes individuales no configura el bien común. Por el contrario el bien común es el plafón de discusión de los bienes sociales y al final, se nutrirá de su efectiva realización -la realización de los bienes sociales- no en forma independiente sino en forma sistémica. Un ejemplo: la deliberación realizada en el marco de una revolución que acaba de ahorcar a todos los intelectuales de la comunidad, de seguro no arrojará como resultado el bien común por más que se cumplan todos los parámetros exigidos y la lista de los nuevos bienes sea justa. Lo que empieza mal no puede luego convertirse en bien. Al menos será necesaria una asunción de la maldad realizada...

     Esta clasificación, muy contrario a lo que pudiera parecer, no esconde justificaciones de posturas anticuadas. Sería un error deducir que en el primero y en el segundo nivel de bien común, la libertad es avasallada por la igualdad o que en el tercero el individualismo ha encontrado resguardo. Los tres niveles interactúan hasta alcanzar la “política prudente”. La respuesta,  aunque es correcta, tal vez no satisfaga a nadie -menos a los homosexuales- y por eso deberemos enfrentar nuestro esquema con los reclamos por libertad e igualdad.

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