A modo de Sintesis

Comienzo a escribir este epílogo el mismo día en el que nace mi tercera hija, María. No es casualidad entonces que el libro tenga como título, como dedicatoria y como conclusión final referencias a mis hijos -a nuestros hijos-. Es un compromiso por sacar conclusiones pro-positivas después de este largo recorrido filosófico.
En los 10 capítulos hemos definido pilares de una teoría que podría llamarse de la interacción comunitaria y que termina por proponer, como “salvación de la política”, la construcción de nuevos ámbitos de posibilidad dentro de la política, por parte de dirigentes legitimados (que tengan Autoridad) y con el consenso real, no teórico y construido, no deducido de los ciudadanos. 
Hagamos un breve resumen de estos pilares:
1-            En el capítulo segundo pusimos en el centro de la escena política a la prudencia, definida como la virtud de dar la respuesta correcta en cada específica circunstancia.

La libertad es entonces protagonista de la política, con toda su potencialidad creadora, pero también con las limitaciones y condicionantes que supone lograr que hombres libres lleguen a la unidad de la acción política común, de la mano de otro hombre libre que se erige como el líder.
Esta revalorización de lo prudencial no renuncia a dictar verdades sobre la realidad política, pero lo hace con profundo respeto, sabiendo que sus dictados sólo pueden servir de consejos, de precedentes, de inspiraciones. La acción política, sin embargo, cuando realmente muestra su faceta más extraordinaria -pero a la vez más peligrosa- es cuando se vuelve creativa. Las decisiones políticas en el sentido más puro del concepto, finalmente son decisiones únicas y originales.
2-            En el tercer capítulo avanzamos un paso más y no sólo liberamos a la política de cualquier corsé que pretendamos aplicarle por la fuerza -la fuerza de la teoría-, sino que además liberamos al hombre de reduccionismos centenarios, forjados al calor de la modernidad.
Así despojados, quedamos nosotros mismos, personas de carne y hueso, pertrechados detrás de una muralla ideológica que fundamenta nuestro individualismo, pero conscientes de que todas esas garantías individualistas no logran hacernos felices. Sabemos que necesitamos de una comunidad con la cual compartir valores. Pero tememos que esa comunidad termine avasallando nuestra intimidad.
¿Cómo forjar una visión de la política que recupere la idea de bien común como plataforma de nuestro bien individual, sin que eso signifique sacrificar nuestra libertad conquistada? El desafío quedó planteado.
3-            En el cuarto capítulo exploramos a fondo el concepto de bien común. Advertimos los problemas reales y la resistencia que producen las teorías que pretenden ampliar su alcance hasta el punto en el que invocando el bien común “te obligo a hacer cosas que libremente tal vez no querrías hacer”.
Sin embargo como contracara, una concepción que subestima el marco político y pretende que el bien es sólo una elección subjetiva y personal o una construcción voluntaria de grupos de personas asociadas a ese fin, termina por convertirnos en muchedumbres solitarias. Una visión superficial del bien común termina por permitirnos sólo intercambiar impresiones y sólo convivir en un marco de obras y servicios públicos, sin ayudarnos a vivir mejor en el sentido más profundo e integral.
Al final de ese capítulo el desafío se mostró en toda su magnitud: ¿cómo recuperar el sentido del bien común -el sentido correcto- en las sociedades democráticas de hoy?
4-            El quinto capítulo contiene una de las primeras claves de la teoría de la interacción comunitaria: la construcción de lo político, utilizando tres criterios básicos: el criterio de naturaleza, el criterio de eficacia, y el criterio de racionalidad. Estos criterios no sirven para una formulación constitutiva de lo político en el sentido que lo hacen las elegantes visiones abstractas de la modernidad. En nuestro caso, son criterios que deberían estar presentes en cada momento en que se toman decisiones políticas.
Por tanto, no se pueden extraer conclusiones absolutas sino sólo relativas, condicionadas al tiempo y el espacio en el que se produce la deliberación y a la cultura política -sus valores, sus prejuicios, su propia interpretación de la historia reciente- de la población que protagoniza (y padece) esas decisiones.
5-            En el sexto capítulo vinculamos estos criterios para la construcción de lo político con un análisis de las posibilidades de lograr el bien común. Luego de dialogar con la teoría liberal y la teoría utilitarista del bien común, proponemos nuestra propia visión. Distinguimos tres niveles de bien común y a su vez una distinción entre estos niveles y los bienes primarios que se definen en cada uno de ellos.
En el primer nivel lo que está en jugo son cuestiones tan básica para el ser humano que no hay categorías intermedias: si el gobierno no puede garantizar este nivel, directamente no hay gobierno. En el segundo nivel aparecen los buenos gobiernos; aquellos que logran establecer sus prioridades pero que también son capaces de desarrollar su carácter arquitectónico. Allí se ubican los ámbitos de posibilidad que se describen en el capítulo siguiente.
6-            El capitulo 6 es central y entra de lleno a la propuesta del libro: los ámbitos de posibilidad. ¿De que se trata? Espacios intermedios entre la pura obligación y la pura libertad, dicotomía que le ha impuesto la modernidad a la política. Mediante un sistema de interacción vertical (gobierno, sociedad civil, grupos comunitarios) y horizontal (estos mismos grupos entre sí) se construyen espacios voluntarios en el que se decide avanzar en los desafíos del bien común.
Esta formulación supera el clásico postulado de dejar que la sociedad se organice y defienda sus valores. La diferencia es que aquí permitimos que estos ámbitos de posibilidad sean institucionalizados en el marco político, aunque sin aprovecharse de la capacidad de coacción del Estado.
Lograr una interacción, que tiene una potencialidad infinita pero también fuertes condicionamientos, es una tarea que en principio es más probable que puedan realizar dirigentes legitimados antes sus diferentes dirigidos y acostumbrados a buscar los puntos óptimos de consenso.
7-            El capítulo ocho comienza con la pregunta del millón: ¿podrán los políticos y los dirigentes en general asumir esta construcción del bien común que es mucho más compleja y difícil de lograr, sobre todo porque camina al filo convertirse en una nueva afrenta contra la libertad individual o, del otro lado, en una simple enunciación de buenos deseos políticos, pero sin ninguna posibilidad de concretarlos?
La respuesta nos obligó a bucear hasta las profundidades del concepto de autoridad buscando su ser y su deber ser, para al final tratar de determinar qué tipo de políticos y de dirigentes podrían cumplir la misión.
Frente al ideal que gobiernen los mejores, proponemos la hipótesis de que los mejores, al menos respecto a la posibilidad de generar ámbitos de posibilidad, son aquellos que tiene autoridad per se, por su trayectoria, por sus decisiones, por sus ideales confirmados por la “obediencia” que le ofrece el grupo de personas bajo su influencia, sin necesidad de amenaza de coacción.
8-            En el noveno capítulo, reflexionamos sobre cómo la ciudadanía participa en la configuración del bien común, a través de un sistema de consenso que se logra por mecanismos hoy no valorados por los esquemas formales de nuestras sociedades supuestamente democráticas.
Allí volvemos sobre la idea de una posibilidad más concreta que es la deliberación de los dirigentes, no elegidos formalmente como representantes pero sí avalados por la autoridad que sustentan.
Por último reflexionamos sobre la necesidad de institucionalizar el diálogo, como condición básica para que la búsqueda y la construcción de espacios de posibilidad sean sustentables en el tiempo, pervivan al recambio de dirigentes y sean efectivos.
9-            Y así llegamos al último capítulo en el que buscamos en las rendijas que deja abierta la sociedad individualista de hoy, la fuerza de los grupos comunitarios formales e informales, porque advertimos que allí los valores, la actitud, el entorno, los dirigentes y los fines pueden ser mucho más favorables para la construcción de estos ámbitos de posibilidad.
Distinguir entre el ideario de forjar una comunidad y la aspiración más acotada y más concreta de revalorizar los ámbitos comunitarios es como la última ficha para terminar el armazón de esta larga exploración.

¿Qué ha quedado al final de este camino? ¿Cómo salvar a la política? La conclusión es que el camino para salvar a la política pasa por permitirnos que el hombre, que nosotros, nos proyectemos con toda nuestra “humanidad” al ámbito de lo político en un nuevo concepto de ciudadanía mucho más integral.
Sobre esa base, hay que darle a la política el fin que al menos en el debate teórico, perdió en los últimos siglos: la construcción del bien común, como base para nuestra felicidad individual.
¿Cuán largo y cuán ancho puede ser el concepto de bien común? Eso depende de la capacidad que tengamos de generar ámbitos de posibilidad. Se abre un nuevo mundo a conquistar que es el bien común logrado no por imposición sino por construcción conjunta.

Si tuviéramos que decir cuál es la punta del ovillo; es decir ¿por dónde empezamos? La respuesta de estas reflexiones marca una prioridad: empecemos poder “apoderar” (en castellano no existe una palabra tan exacta como en el inglés “empowerment”) a los dirigentes de ámbitos comunitarios, que hasta ahora no hemos permitido interactuar con lo político, no al menos desde un punto de vista institucional. La punta del ovillo es que ingresen a la política, dirigentes con autoridad real.
Allí donde no haya ni siquiera dirigentes comunitarios habrá que ir a una etapa más germinal y recrear los ámbitos de deliberación pública, porque allí se forjan, se lucen, los dirigentes que necesitamos para sentar a la mesa de la construcción de las nuevas fórmulas del bien común.
Bajo esta perspectiva, muchas de las iniciativas que están en boga en estos tiempos van a contramano. Es que, espantados ante el poder destructivo de lo político, hemos salido a limitarlo, a fraccionarlo, a tratar de encasillarlo en normativas interminables, a quitarle discrecionalidad, imponiendo pre-conceptos, planificaciones, etc.
No digo que la tarea de limitar al gobernante sea mala. Digo que no es la solución para devolverle a la política esa promesa real, no las promesas de los políticos de hoy, de ayudarnos a ser más felices.
Sin embargo el desafío, cuando uno baja a la arena política, es abrumador. He seguido con atención en los últimos diez años intentos de aplicar estas ideas en Argentina y en otros países y los resultados son en la mayoría de los casos muy desalentadores.
Aquí es donde la filosofía se retira y pide a los apasionados que se hagan cargo. Las ideas están al orden del día. Llegó la hora de la acción.

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